Sigüenza, el Hayedo de Tejera Negra y los pueblos negros.

Atardecer

Voy a hacer una incursión entre post centroamericanos para contaros que hace un par de semanas hice otra de esas escapadas con Minube. Nos fuimos a hacer de Quijotes por Castilla La Mancha, concretamente a Guadalajara: Sigüenza, el Hayedo de Tejera Negra y los pueblos negros.
El equipo fuimos Pedro Jareño como El Hidalgo Caballero, David Esteban (@Flapy) como su fiel escudero y un servidor como el noble corcel en el que, por suerte, no tuvieron que galopar en ningún momento.
A Flapy ya le conocía pero fue un placer coincidir con él en este viaje y escuchar todas sus asiáticas aventuras y sus aventuras con asiáticas 😉 . Un crack sobre Asia en general y sobre Japón en particular, y es tan majete que ha hablado sobre mi en una entrevista (muy chula) que le hace la gente de Yokmok para su blog y parece que la próxima (entrevista) será a mi 😀 . ¡Gracias Flapy!.
Y bueno, a Pedro Jareño ya le conocéis todos, no necesita presentación, nuestro Alonso Quijano (rimas no por favor).

La primera parada de esta ruta por tierras manchegas fue la ciudad medieval de Sigüenza. Dejamos nuestros avios en los aposentos que nos ofrecieron los amables propietaros de La Casona de Lucía, una antigua hospederia convertida en alojamiento rural, y tras entablar una interesante conversación con ellos iniciamos la visita por las calles de Sigüenza, ciudad casi por completo amurallada en el viejo burgo. En esta zona sus calles son rectas y empedradas, en ellas aún se observan los edificios y tiendas que ocuparon los judíos en tiempos inmemoriales…
Parece que un estilo cervantino se ha apoderado de mi escritura, si me permiten vuestras mercedes voy a continuar la narración en un castellano algo menos recargado. Prosigo.

Total que caminamos por Sigüenza observando la muralla y sus puertas, como la del Sol, la del Hierro, el Portal Mayor… todo esto recorriendo empedradas callejuelas y con una temperatura bastante baja, como el vuelo de los grajos esa mañana. Y caminando llegamos al Parador de Siguenza, situado en uno de los puntos más altos de la ciudad. Es un antiguo castillo restaurado en parador nacional. La verdad es que es digno de ver.

Parador

Observamos las vistas, tomamos una caña para entrar un poco en calor y continuamos la visita por la ciudad.
Visitamos la Catedral con sus diversas fachadas, algunas de las iglesias románicas que forman parte del espectacular conjunto arquitectónico de Sigüenza, vimos La Plazuela de la Carcel, la Plaza Mayor y muchos más monumentos de la llamada Sigüenza Monumental. Una ciudad en la que viene bastante bien un mapa para perderte lo menos posible de la inmensa cantidad de cosas que hay que ver allí. Para esto lo mejor es pasar por la Oficina de Turismo y que os cuenten ellos, está en la calle Serrano Sanz, 9.

En nuestra marcha nos topamos con el taller del cincelador Mariano Canfrán, uno de los pocos talleres de cincelado que quedan en España. Y tuvimos la suerte de que el mismo Mariano Canfrán nos enseñase su lugar de trabajo mientras nos explicaba su obra y los secretos para conseguir esa profundiad y esa textura en cada uno de sus «cuadros«. Fue uno de los lugares que me parecieron más interesantes y la charla con el artista fue como el propio Mariano, entrañable.

Galeria

A Flapy le entraron ganas de emular al cincelador y se puso pin-pan, pin-pan a intentar impregnar una de las obras de Mariano con el, un tanto impresionista, estilo del Sancho panza de influencia japonesa que es él mismo… y aunque no quedó tan bien como esperaba, Flapy nunca perderá la esperanza de convertirse, algún día, en cincelador de viñetas Manga.

Y trás esta anecdota, y unas cuantas más que no vienen a cuento, nos dirigimos a ingerir algo de alimento para continuar la marcha. Y líquido elemento, por supuesto.
Comimos de tapas en el Bar Alameda. Altamente recomendables sus excelentes rebozados. El bar tiene más de 100 tapas de todos los estílos posibles. Aderezamos la comida con algún que otro vino manchego y después de un café nos fuimos junto a Enrique Pérez (Jefe de cocina del Restaurante El Doncel) para una entretenidísima salida micológica de campo: Búsqueda de ejemplares de setas, explicación de “Buenas Practicas” en la recolección, en el transporte, etc. especies según hábitats, ejemplares representativos de la provincia de Guadalajara.

Recogiendo setas

Aprendimos un montón sobre micología y nos reímos muchísimo con Angelito El Largo, un humorista seguntino que nos acompañó en la salida. Y claro, volvimos con una cestita llena de niscalos y boletus principalmente. 😀
Paseamos por los alrededores de Sigüenza entre bosques de pinos y a la caza de la seta más grande. La verdad es que estuvo muy divertido.

La cena de esa noche la tuvimos en El Doncel, el restaurante de los hermanos Peréz (Enrique y Eduardo). El restaurante tiene además Hotel y el Aula El Doncel, un espacio polivante donde funciona un centro de enseñanza para profesionales y aficionados a la gastronomía.

El Doncel

El Doncel se ha convertido en uno de los restaurantes más innovadores de Castilla La Mancha, una cocina diferente y especial, que fusiona la cocina tradicional, elaborada al más puro estilo de la tierra, y una cocina actual que investiga a fondo los sabores y combinaciones para sorprender los gustos de los más exigentes paladares. A ello se une un servicio de sala esmerado y una bodega mimada con esmero en la que se ofrece una selección de vinos nacionales e internacionales con más de 200 referencias. Vamos, un restaurante de esos güenos, güenos, pero con una relación calidad/precio bastante razonable.
Nosotros disfrutamos del menú degustación y fue algo impresionante. Y sobre todo el servicio y la cercania de Enrique y Eduardo. Es un lugar en el que merece la pena darse un capricho y probar esas exquisiteces gastronómicas. Y trás café, copa y puro, que aquello pareció una boda… a dormir un poco en La Casona de Lucía, que a la mañana siguiente tocaba madrugón para irnos a visitar el Hayedo de Tejera Negra y los pueblos de la arquitectura negra.

Y así fue, nos levantamos temprano, desayunamos y nos despedimos de La Casona de Lucía para dirigirnos al Hayedo de Tejera Negra en su mejor época, el Otoño, el culpable de ese cambio de color tan característico en las hojas de las Hayas de Tejera Negra. El hayedo es un espacio protegido desde hace más de tres décadas y constituye un lugar único por su especial microclima y su peculiar paisaje. Las frondosas copas de las hayas y robles apenas dejan pasar los rayos de luz, lo que crea una estampa propia de los bosques europeos. De hecho, este bosque de hayas es uno de los más meridionales de Europa.
Disfrutamos bastante del paseo y recorrimos gran parte del Hayedo, hay un trek que puedes hacer en unas 3 o 4 horas. Yo ya había estado un par de veces pero cuanto más lo conoces más bonito resulta. Ese día lo pasé en grande haciendo fotos, tuvimos suerte y el día acompañó bastante. De la visita salio una serie de imágenes que me ha gustado mucho: Colores del Otoño.

Colores del Otoño

Colores del Otoño

Colores del Otoño

Colores del Otoño

Colores del Otoño

Colores del Otoño


Una vez acabamos con el Hayedo nos pareció ver Gigantes a lo lejos, pero resultaron ser molinos… una vez más. Entonces pusimos dirección a los pueblos de la arquitectura negra. Un característico paisaje serrano salpicado de multitud de pueblecitos de casas construidas con pizarra negra –de ahí el apelativo-, y que nos dan la fotografía típica de esta zona de Guadalajara. La pizarra es muy abundante en esta comarca y ha servido a lo largo de los siglos para levantar las viviendas de sus habitantes, incluso en la actualidad. Las visitas esenciales son: El Espinar, Campillejo, Robleluengo, Roblelacasa, La Vereda y Matallana.
De esta manera terminó nuestra quijotesca aventura, sin ver a Dulcinea, sin salvar a ninguna otra doncella y sin peleas con ningún mesero… comiendo camino de Hortaleza para salir de la literatura medieval y volver a trabajar de nuevo.

¿Por qué prefiero ver gigantes en lugar de molinos?, ¿por qué prefiero viajar por tierras manchegas en vez de vivir encerrado en la oficina?… No se la respuesta, pero creo que en este viaje tomé el papel equivocado y en realidad soy otro Quijote más, otro caballero con ganas de aventuras, y si no las encuentro… las inventaré.

Un placer disfrutar de este viaje con Pedro Jareño y Flapy, una pasada de quijotescos compañeros 😉

>> Todo el set de Sigüenza en Flickr <<

>> La serie Colores del Otoño <<

La Costa del Bálsamo – El Salvador

El Tunco

Desde Juayúa fuimos a La Costa del Bálsamo, la que se extiende desde La Libertad hasta Suhuapilapa. Primero nos dirigimos a la playa de El Zonte a comer en «La Costa Brava«… no la zona costera de Cataluña, claro…. al Restaurante y Alojamiento La Costa Brava (Carretera Litoral Km 53 1/2). Roberto conocía a los dueños, catalanes afincados en El Salvador (de ahí el nombre) y había estado más veces. La verdad es que el lugar es una pasada, un restaurante en lo alto de un pequeño acantilado con escaleras que bajan a una playa espectacular que, como todas en esa costa, es un spot bastante bueno para hacer surf. En esa zona pega una buena parte de la fuerza del «Pacífico«.
Y allí pasamos la mañana, la comida y la siesta en unas hamacas del restaurante. Cuando nos despertamos de la siesta salimos en dirección a El Tunco, una playa cercana con alojamientos algo más baratos, no es que allí fuese caro, es que Roberto volvía a San Salvador para trabajar y mi presupuesto era algo menor que el precio de las habitaciones en La Costa Brava.

Total, que me llevó a El Tunco y allí ya busqué algo de mi categoría… acabé en el Roots, un camping con muy buena onda que me cobraba unos 3 $ al día por dormir en hamaca. Si, era lo más barato. Baños compartidos y cocina de uso común. Los dueños muy buena gente, medio rastafaris – medio surferos.
Me resultó curioso que fuese en El Salvador, el país con peor fama (en cuanto a seguridad) de centroamérica, el lugar donde dormí por primera vez en hamaca en este viaje. Esto significa, sin habitación, ni puertas, ni taquillas para guardar las cosas. Durante el día le dejaba la mochila a los dueños y la noche la dejaba al lado de la hamaca. El camping no estaba ni vallado y no hubo el más mínimo problema. La sensación de seguridad era total.

Y allí estuve 3 o 4 días esperando que el mar mejorase para ver si podía surfear un poco, que era una de las razones por las que fui. Pero no tuve esa suerte, la ola llegaba totalmente rota y no se podía hacer nada… y pasé los días en la playa, charlando con la gente de Roots, con algunos artesanos que se alojaban allí y viendo los impresionantes atardeceres que había en esa playa:

Jugando al atardecer

Atardecer

De allí volví a San Salvador en autobús (2 buses 1.5 $), Roberto tenia libre de nuevo el fin de semana y habíamos pensado pasarlo en el norte del país. Lo que pasó fue que el viernes se lió… y bastante, y acabamos saliendo para el norte el sábado después de comer.
Todo empezó, como no, en el PhotoCafé tomando algo. Para mi es uno de los mejores lugares de San Salvador para tomar un café (o unos cuantos vinos) y para ver y charlar sobre fotografía. Si alguien que lea esto pasa por allí que no dude en darle un fuerte abrazo a Edgar y Enayda de mi parte.
Bueno, y del PhotoCafé a otros bares de la zona, lugares con música en directo y bastante marcha… y acabamos por la zona de la Colonia Escalón (por donde vivía Roberto) a altas horas de la madrugada y en lugares un tanto sórdidos 😉 .
Esa noche lo pasé muy bien, era mi despedida con Roberto. Nos íbamos al norte el finde y luego me dejaría en la frontera con Honduras para continuar mi viaje… y como la zona de La Palma, a la que íbamos, no es famosa por su juerga precisamente, pues nos la dimos en San Salvador.

Jugando con fuego

Aunque la última noche en San Salvador estuvimos on fire esta foto es Marcos jugando con las cariocas con fuego en Roots, en la playa de El Tunco.

>> Todas las fotos de El Salvador en Flickr <<

Apunta y dispara… Fotografía.

Foto por Darcy Padilla

He decidido comenzar una nueva categoría en el blog, serán post que intentaré escribir periódicamente y en los que voy a hablar de un tema común, la fotografía, pero centrándome en fotografía de viajes y fotoperiodismo. Algunos tendrán texto, otros llevarán solo imagen pero os aseguro que todos serán post que van a decir mucho, porque que una buena imagen pocas veces necesita ser explicada.

Llevaba tiempo dandole vueltas pero he acabado de decidirme al redescubrir el blog de Antonio Espejo, el que da título al post: Apunta y dispara.

El otro día, leyendo el post Las fotos premiadas siempre son polémicas, Antonio me descubrió a Darcy Padilla, una impresionante fotoperiodista que firma trabajos que pueden dejarte boquiabierto, reportajes que conllevan un trabajo de años cuidando al máximo cada detalle y demostrando el poder de las imágenes por si mismas.

De su post me quedo con lo que Antonio se sigue quedando:

Me sigo quedando con la luz que entra por la ventana, y no con la que sale. Me sigo quedando con el  «suficientemente cerca» de Capa, aunque el riesgo de identificación sea total. Me sigo quedando con la fotografía que se te graba en la retina y no puedes olvidarte de ella una vez que la has visto, sea dura o blanda, de deportes o de violencia machista, un retrato o una gran manifestación.

Porque este artículo habla de muchas cosas, no solo de Darcy, habla de concursos, habla de Eugene Smith, habla de luz, habla de protestas, de premios, de periodismo pero sobre todo… habla de fotografía.

Chorros de Calera – El Salvador

En el agua

Cerca de Juayúa se encuentran los Chorros de Calera, el mejor lugar para ir en la mañana después de haber disfrutado durante la noche en la Feria Gastronómica que tiene lugar cada fin de semana en esta ciudad.
Los paisajes que rodean Juayúa son cafetales y volcanes, la tierra volcánica es la principal culpable de el intenso sabor que tiene el café salvadoreño, y yo lo que hice en Juayúa fue cenar una buena cantidad de «pupusas» salvadoreñas y levantarme temprano para disfrutar de un buen desayuno con un mejor café. Y con el estómago bien lleno nos dirigimos al camino que lleva a los Chorros de Calera, una serie de cascadas de agua que caen desde cortes de las paredes de la montaña y que forman pozas como piscinas en las que se puede disfrutar de un baño, si lo frío que está el agua no te tira para atrás.

Son como unas piscinas públicas en las que se mezclan locales y turistas (pocos) para disfrutar del sol y refrescar el cuerpo, aunque los locales también utilizan estas pozas como lavaderos, creando unas bonitas estampas.

Lavando

El camino es largo y escarpado, recorre bastantes saltos de agua metidos en un bosque selvático. Nosotros no lo hicimos entero, paseamos un poco, nos bañamos y decidimos ir a comer pescado a la costa, para salir de las «pupusas«, que me tenían enganchado. Las pupusas son como tortillas de maíz pero rellenas, de frijol, queso, carne, verdura… es el plato típico salvadoreño. No se puede visitar el país sin comerse 2 o 3 docenas de pupusas, en algunos sitios están increíbles y en Juayúa… si me esfuerzo podría recordar el sabor… pero voy a dejar de babear ya.

Para llegar desde el pueblo al camino que va a los Chorros solo hay que preguntar a los locales, todo el mundo conoce el lugar y una vez que sales del pueblo está bastante bien señalizado. Nosotros fuimos con la furgoneta de Roberto pero también se puede llegar en mototaxi, en tuc tuc o caminando… no está cerca pero dicen que el camino está chulo.

Y de Juayúa a la playa y… a «La Costa Brava«… <O_O>, si, si, os lo cuento en el próximo post.

>> Todo el set de fotos de El Salvador<<

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