Cotopaxi 1 – Pak 0 / Vencido por el mal de altura en Ecuador

En esta foto estábamos entrando al Parque Nacional Cotopaxi, nerviosos y sin mucha idea de lo que íbamos a encontrar pero con unas ganas enormes de realizar la mayor montañera que nunca habíamos intentado, la al Cotopaxi. Un imponente pico de 5.897 metros sobre el nivel del mar, el segundo volcán más alto de por detrás de Chimborazo, que con 6.310 metros es, por la forma de la circunferencia de la tierra, el punto más alejado del núcleo terrestre y el más cercano al espacio, y eso que Everest es 2500 y pico metros más alto.
Si, Chimborazo molaba más pero es más técnico y complicado, por lo tanto más caro y… también menos bonito. Lo digo porque Cotopaxi es uno de esos volcanes perfectos y puntiagudos, magníficos para fotografiar, es la idealización de una montaña materializado en los Andes.

Ascensión frustrada a Cotopaxi

En Latacunga, además de descubrir la gran afición que profesan en Ecuador por el voleibol O_O, buscamos una agencia local con la que contratar el guía para la ascensión. Dimos unas vueltas y acabamos contratando a la empresa Volcan Route, creo recordar que no superó los 100$ por persona incluyendo el , una cena, alojamiento en el refugio, el guía y el alquiler del material necesario. Esto fue lo que nos acabó de decidir, el material era el «menos viejo» de los que vimos en el resto de agencias.
Para una ascensión de este tipo el material de montaña es bastante importante, es fundamental una buena chupa con membrana, si puede ser GoreTex, pantalones de agua/gore, guantes, manoplas o ambos, botas de plástico para cramponar, los crampones, piolet, arnés, casco y saco de dormir. El resto de cosas que no vienen nada mal son calcetines gordos, gafas de sol, gorro, ropa de abrigo y mucho agua.

Ascensión frustrada a Cotopaxi

Al día siguiente desayunamos fuerte y empezamos la aventura, primero en jeep de Latacunga a la base de la montaña, ya estábamos a 4.500 m, luego la ascensión comienza con el camino del parking al refugio. Esta pendiente se sube con los macutos llenos con la comida, sacos y toda la ropa de abrigo, y va de los 4.500 metros hasta los 4.800 a los que se encuentra el refugio José Ribas. Un dato curioso, la altura del punto más alto de Europa (Mont Blanc) es de 4.810.

Ascensión frustrada a Cotopaxi

En el refugio se preparan las cosas para intentar dormir, y digo intentar porque a partir de esas alturas empieza a notarse la falta de oxígeno y hay gente que no es capaz de descansar del todo, y se empieza a cocinar, la cena es pronto ya que la ascensión comienza entre las 12 de la y la 1 de la madrugada. Durante la noche la nieve está más dura y la probabilidad de avalanchas es mucho menor, al ser unas 7 horas de camino se llega para ver el y no da tiempo a que el sol ablande la nieve durante la bajada.

A eso de las 8 estábamos durmiendo después de unas cuantas bromas con los guías y los guardas del refugio y a las 12 estábamos listos para salir. Debo confesar que yo dormí como un bebe.

Nos colocamos las luces frontales y cuando salimos para ponernos los crampones y empezar a subir me di cuenta del frío que hacía, estaba comenzando a nevar y el viento soplaba con fuerza. Vale que era de noche pero ni con las luces de los frontales se veía más de un metro. Como no había una segunda oportunidad comenzamos la ascensión… y en ese momento empezó el principio de mi infierno personal.
Poco después de pasar los 5.000 metros empecé a sentirme raro, mucha sed, debilidad, me costaba respirar… la ventisca ya estaba imparable y el guía nos había confesado que sería difícil llegar con la cima despejada. Yo estaba bastante desanimado y con pocas fuerzas. Entonces paramos un momento y me di cuenta de que lo que me estaba sucediendo eran claros síntomas de mal de altura, por mucha bebida energética, o barritas que tomaba no me recuperaba lo más mínimo y la cabeza empezaba a apretarme hacia adentro… ¿o tal vez fuese el casco?.
Seguí avanzando como pude y cayendo rendido en cada parada que hacíamos, no era cabezonería para lograr la cima, tenia claro que no iba a llegar, el problema es que la acensión se hace en una cordada de 3 personas, el guía y nosotros 2, y si bajaba uno… bajaban todos. Yo sabía que un poco más adelante había otra cordada con un alemán y un guía y pensé que si les alcanzábamos tal vez pudiese dejar a Quirós con ellos. Saqué fuerzas de donde pude y a 5.400 conseguimos alcanzarles, pregunté si Quirós podía unirse a su cordada y cuando me dijeron que no había problema me desplomé extasiado. Si no fuese por mi capacidad sobrehumana para soportar el dolor no se que habría sido de mi :p .

Ahí le dije a nuestro guia que yo no podía más, ellos se plantearon si continuar porque la ventisca cada vez era más fuerte y la capa de nieve recién caída empezaba a complicar el uso de los crampones y decidieron que la cordada del alemán, Quirós y el guía intentarían la cima y yo bajaría con el otro guía. A todo esto yo tumbado sobre la nieve concentrado casi unicamente en ver si era capaz de llenar los pulmones de aire. Que infierno estaba pasando tumbado en la nieve, irónico, ¿verdad?.

Ascensión frustrada a Cotopaxi

Pensé que una vez comenzase la bajada me sentiría mejor pero el cansancio aumentaba y quedaba un buen tramo hasta el refugio, entonces llegamos a una placa de nieve un poco más dura y le dije al guía que yo bajaba tumbado, le expliqué que sabía como hacerlo con los crampones y como controlar el piolet para la autodetención y me dijo que adelante. Me tiré y bajé medio Cotopaxi resbalando por el hielo, en un momento dado me planteé como estaba bajando el guía, íbamos unidos por una cuerda, me paré en seco y vi que bajaba… CORRIENDO. Ahí descubrí que esa gente son superheroes.

Cuando la nieve empezó a escasear me levanté como pude para seguir caminando y llegar al refugio. En el momento en el que vi la puerta fue como si hubiese llegado al paraíso, dejé todo lo que llevaba y me metí directo al saco, tiritando, mojado, con frío, me dolía la cabeza… estaba reventado, y no llevaba ni 30 minutos acostado entre ensoñaciones cuando me despertó Quirós. Poco después de pasar los 5.500 metros el guía decidió que la cosa se estaba complicando y era mejor bajar, y en esas condiciones la montaña puede ser bastante peligrosa, empezaron a bajar y con ellos la ventisca, acababan de llegar al refugio y había que salir rápido no fuese a ser que el jeep se quedase atrapado por la nieve.
Y yo medio muerto pensando que no podía moverme, le dije que solo hacer la mochila y vestirme era un mundo para mi y me dijo tajantemente: –yo te hago la mochila-.
Me vestí, me colocaron el macuto en la espalda e iniciamos el descenso. Al principio estaba hecho un trapo y a mitad de camino del refugio al jeep estaba casi normal, mi problema se había mantenido porque no había bajado lo suficiente. Cuando llegamos al coche estaba perfecto y a la altura de la Laguna de Limpiopungo ya ni me acordaba de como había estado. Es increíble pasar en tan poco tiempo de un sentimiento tan chungo a estar como si nada, pero así es el soroche, mal agudo de montaña o mal de altura, solo hay que bajar para que desaparezca.

Durante el camino de regreso a Latacunga disfrutamos de las vistas y fotografiamos los volcanes y nevados que rodean el parque (Tungurahua, Cayambe, Ilinizas, Chimborazo) pensando como sería estar en sus cimas. El día empezaba a abrir y Cotopaxi nos permitió, al menos, hacer unas fotos de su cumbre despejada, las que habéis visto en el post. Pero no nos dejó acercarnos a su cima, en la montaña unas veces se gana y otras casi, porque esto no fue una derrota, lo que sentí aquella noche fue algo que no se me olvidará jamás y solo por haber vivido esa aventura ya me siento casi ganador.

Ascensión frustrada a Cotopaxi

Ascensión frustrada a Cotopaxi

Ascensión frustrada a Cotopaxi

Tendré que volver para acabar de conquistarlo, aunque la espinita me la quité en Bolivia hoyando la cima de Huayna Potosí (6.088 msnm), pero esta historia ya llegará.

Si queréis saber como es la experiencia de ascender Cotopaxi os invito a leer un post de Paco Nadal en su blog: Ascensión al Cotopaxi, gracias al que yo pude saber como es en realidad lo que la ventisca, la noche y el mareo no me dejaron ver.

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Quilotoa, el pueblo, la laguna en el cráter y el volcán (Ecuador)

Quilotoa

De Quito nos dirigimos a la provincia de Cotopaxi con la intención de subir el segundo más alto de por detrás de Chimborazo, el que lleva el nombre de la provincia, el volcán Cotopaxi (5.897 msnm), pero para ello no nos valía con haber estado unos días en Quito, por eso de que es la capital oficial más elevada sobre el nivel del mar (2850 msnm), hacía falta algo más para aclimatarnos a la altura antes de emprender una de tal calibre.

Por ello nos dirigimos a Quilotoa, un pequeño pueblo con 3 o 4 hostales/pensiones, un bar y una tienda. No hay demasiada , llegamos en Marzo y en nuestro alojamiento solo estábamos nosotros. La mayoría de los hospedajes del pueblo te ofrecen alojamiento con cena y desayuno, como no hay casi bares o restaurantes merece la pena la oferta que suele rondar los 8-10 dolares para las opciones más económicas. Porque la tienda tampoco es que tenga mucha variedad.

La razón por la que fuimos al este lugar era disfrutar de los espectaculares paisajes de la zona y comenzar el aclimatamiento para la ascensión. El pueblo de Quilotoa está a 3.900 msnm y se encuentra emplazado junto al cráter del volcán con el que comparte el nombre.
Tras la formación del volcán y su posterior inactividad (hace miles de años) el cráter se inundó de agua formando una de las lagunas volcánicas más bonitas que he tenido la suerte de contemplar, la Laguna de Quilotoa.

Laguna Quilotoa

Nada más llegar hicimos el que recorre toda la cresta del cráter, el punto más alto, Huyan tic , alcanza los 4.010 metros de altura. Es una ruta preciosa que hicimos en unas 4 o 5 horas, pero charlando, haciendo fotos sin parar y disfrutando del paisaje.

 

Laguna Quilotoa

Laguna Quilotoa

A medida que avanzas y cambia la orientación desde la que ves la laguna el color azul de la misma va variando en tonalidad, llegando incluso, a veces, a rozar el verde. Si a eso le unes los cambios de luz constantes provocados por la velocidad de desplazamiento de las nubes llegas a olvidar que estás dando una vuelta en círculo a la laguna para pensar que estás recorriendo un camino con multitud de ellas.

Laguna Quilotoa

Laguna Quilotoa

En algunos puntos del camino se empieza a notar la sensación de altura, a los cerca de 4000 metros que la mayor parte del camino el oxígeno abunda menos y la respiración comienza a ser más costosa.

Laguna Quilotoa

Una vez terminada la ruta caminamos por el pueblo y nos dirigimos al hostal para cenar. Al ser los únicos huéspedes intentamos convencerles para que cenásemos juntos y lo máximo que conseguimos fue que cenase el padre, la hija y la madre cenaron en la cocina…
Ya hable en un post anterior de lo difícil que me resulto el contacto y la conversación con las poblaciones indígenas, en este caso no fue muy diferente. Eso si, la posibilidad de haber compartido con ellos un poco de conversación al fuego de la hoguera antes de ir a dormir fue una experiencia de la que guardo un buen recuerdo.

A la mañana siguiente nos levantamos para recorrer el camino que lleva de Quilotoa a Chugchilan, unos 20 km. Habíamos leído que estaba bien señalizado y decidimos hacerlo por nuestra cuenta para continuar con nuestro proceso de entrenamiento y aclimatación para la altura.

Es un trekking bastante sencillo en el que la mayor parte del camino es cuesta abajo, exceptuando la parte final en la que hay que atravesar un valle imponente con su consiguiente subida para alcanzar Chugchilan. Calculo que se puede hacer tranquilamente en unas 5 horas, aunque a nosotros nos llevó unas 6 o 7 y un buen cabreo, sobre todo yo.

En el campo

Los lugareños se han empeñado en que el camino se haga con guia, o a caballo y han destrozado toda la señalética que indica por donde continuar, supongo que con la intención de que el turista se pierda y como nosotros salimos sin mapa pensando que estaba todo bien señalizado, consiguieron su propósito.

El cabreo vino porque una vez perdidos todo aquél que vimos quiso cobrarnos por indicarnos el camino, algo a lo que me negué en rotundo muy a pesar de Quirós. Tras unos cabreos y discusiones avanzando sin rumbo, justo en el momento en el que más estaba despotricando contra todo aquél que se encontrase a menos de 1 km de mi el silbido de un ángel volvió a dejarme en mi lugar. De lo alto de una loma un pastor llamo nuestra atención para señalarnos el camino con una mano a la vez que gritaba la palabra que indicaba nuestra meta: ¡¡¡CHUGCHILAN!!!
Un camino que acabábamos de desechar pensando que iba en dirección contraria a nuestro destino. Le dimos las gracias a voz en grito con una gran reverencia y continuamos la marcha, esta vez si, en la dirección correcta.

Paisajes

Tendiendo

El resto del camino fue más relajado, el enfado dio paso a un cierto sentimiento de culpa y empecé a pensar que haría yo en su caso o que me supone a mi un dolar en comparación con lo que puede suponerles a ellos. No me planteé cambiar mi forma de viajar, cada dolar es valioso y no hay que regalarlos, pero si conseguí ponerme un poco en su lugar y entender que cuando tu meta es comer, casi todo vale.
Mi meta en esos momentos solo consistía en llegar a Chugchilan.

Festejando

Allí nos alojamos en el Hostal Cloud Forest, el más barato del pueblo, creo que también éramos los únicos huéspedes. En la pudimos disfrutar de interesantes conversaciones con encargado del lugar, sobre Ecuador, sobre la política, el indigenismo, sobre Correa, el hecho de que el país está dolarizado, y sobre los proyectos ecológicos en los que participaban.

La vuelta a Latacunga desde Chugchilan es otra en si misma si la haces en bus, las carreteras por las que oscila, entre las que serpentea, son tan espectaculares como peligrosas, sobre todo cuando en las curvas ves como alguna de las ruedas queda totalmente en el aire sobre el precipicio. Y si realizas el trayecto en domingo, después de misa, a la hora del «vermú«, entonces las discusiones, los cánticos y los bailes serán atracción suficiente para que el pestazo a vino barato y las curvas no te produzcan demasiado mal cuerpo.

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Otavalo (Ecuador), de compras en el mayor mercado indígena de América del Sur

Esperando

Mi primer contacto con fue San Luis de Otavalo, 110 km al norte de Quito. Un pequeño pueblo famoso por un indígena de artesanía que data de tiempos preincaicos y que es uno de los más grandes de toda América Latina.

La mayoría de los hace de un día desde Quito, son unas 2 horas en autobús, pero hay bastantes hostales baratos donde alojarse. Nosotros nos quedamos unos días, llegamos en sábado, que es el día con mayor afluencia tanto de como de curiosos y compradores, y estuvimos hasta el lunes. El resto de días de la semana se sigue manteniendo toda la parte del mercado que hay en la Plaza de los Ponchos, con muchos menos puestos que los sábados pero sigue siendo interesante de ver.

Trenza

Siempre me gusta visitar los mercados de los lugares que visito, creo que son un fiel reflejo de los estratos y la cultura de los países, de sus gente, incluso de la economía del país.

En el de Otavalo puedes ver todo eso y una infinidad de grupos étnicos que forman el país, con sus distintas ropas tradicionales, sus bordados, o sus caras, sus miradas y gestos, un buen lugar para ver la geografía humana de Ecuador.

En el mercado

O los colores, las formas, los distintos tejidos que trabajan los artesanos de uno de los pueblos indígenas más ricos del país.
También es cierto que la mayoría de estas artesanías se pueden encontrar en el Rastro de , eso si, a precios bastante más altos. Era mi argumento a la hora de regatear, Otavalo exporta una gran cantidad de las artesanías que se realizan en la zona y saben que una gran parte de su producción va para .

Colores

Colores

Pero no todo fueron compras, uno de los recuerdos más curiosos que tengo del lugar fue cuando salimos a tomar una cerveza y acabamos en una «discoteca» local viendo grupos de jóvenes indígenas bailar Reggaeton con sus ropas tradicionales, y cuando digo que bailaban Reggaeton es que «bailaban Reggaeton«, con sus buenos refriegues.
Es cierto que es música latina y que me debería haber chocado más cuando vi noruegas borrachas dándolo todo a ritmo de Reggaeton en Montañita, por ejemplo… pero hay veces que cuesta quitarse tópicos y clichés de la cabeza, desprenderse de ideas preconcebidas. Aunque tampoco quita que ver a las indígenas bailando Reggaeton fuese tan gracioso como cuando los estadounidenses intentan bailar salsa :p .

Bordados

Allí hice una de las compras que más he rentabilizado viajando en mucho tiempo, una hamaca. El mejor invento después de la rueda. Los tejidos de las hamacas que venden en Otavalo son de los más resistentes y los precios son verdaderamente asequibles, si regateas bien. A mi me vino de perlas para el resto del , no solo por las veces que dormí en ella, también por las veces que la usé como manta, sobre todo en los autobuses o aviones con aires acondicionados «infernales«.

Otavalo es uno de los lugares imprescindibles a la hora de visitar el país, para ver una de las múltiples facetas de este pequeño país tan distinto entre si, esté país en medio del mundo, en el Ecuador.

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El transporte público en Colombia, regateando el autobús – Dato práctico

Cenitales

Un dato curioso para moverse por es este, el autobús (y cualquier otro medio de ) se puede negociar. Así nos movimos nosotros por allí, me lo habían explicado unos , Jessica y Cacho, en unos meses antes, y fue un consejo que nos ahorró bastante.

El primer paso es ir a la estación/parada de autobuses y preguntar el precio del trayecto, algunas veces hay varias compañías que hacen el mismo trayecto con lo que puedes negociar entre ellas a ver cual te deja mejor precio. Una vez sabes el precio más bajo que puedes conseguir en ventanilla haces que sigues pensándotelo y vas a los andenes a buscar el autobús que hace la ruta, ahí hablas con el conductor y negocias sobre el precio mínimo que conseguiste en ventanilla. Te lo va a bajar, y si están el resto de conductores de las otras compañías puedes conseguir un precio menor, y si aún no te has dado por satisfecho sales de la estación y paras los autobuses cuando han salido. Todos llevan el cartel del destino. Es más cansado porque hay que estar pendiente si sale el que te interesa, y más arriesgado por si no te paran, pero en general paran y aún puedes bajar un poco más el precio… y así por todo el camino, cuanto más lejos del punto de partida más barato, normal.

El problema es que como turista es difícil saber el camino que sigue cada bus, pero los locales lo agarran donde mejor les venga y consiguen mejores precios que comprando en ventanilla.

Algún que otro trayecto conseguimos mejor precio que nuestros compañeros de asiento colombianos, parece un anuncio de Trivago.

Todo es cuestión de tozudez y de cuanto tiempo te apetezca tirarte regateando, hay un punto en el que está claro que no les queda margen y no hay más que hacer, y estoy seguro que al fin y al cabo tenían claro que éramos , con lo que seguro que siempre tuvieron su margen.

En un de 18 meses ahorrar un par de euros cada día son más de mil euros. Y dinero… tenía menos que tiempo. Además, las esperas en las estaciones fueron menos aburridas.

Haciendo arepas en el eje cafetero en Marsella (Colombia) y bajando a Ecuador

Arepeando en La Finca

De Medellín salimos en dirección a la zona cafetera, no es que dejásemos la búsqueda de Macondo para ver si encontrábamos a Juan Valdez, es que buscábamos algo pequeño, tranquilo, «sin rumba«, ver algo de la rural menos turística. Y el lugar elegido fue Marsella, tal vez porque no hablan de allí las guias de .

Un pequeño pueblo de menos de 20.000 habitantes no muy lejos de Pereira, rodeado de cafetales y montañas en el que no queríamos más que relajarnos y caminar. Nuestro error fue que la primera , después de cenar, decidimos tomarnos «una» cerveza. Antes de que pudiésemos terminarla e irnos a casa aparecieron Omar y Manuel, –¿de donde son?-, nos preguntaron,-Españoles-, contestamos nosotros, lo siguiente fue: –¿y que diablos hacen acá en Marsella?-… y ahí el relax que esperábamos en Marsella se transformo en rumba sin fin y una resaca de esas antológicas, eso si, en la espectacular finca que gestiona Heiller, uno de los amigos/hermanos que encontramos aquella noche, junto a Jonathan (el gafas), Manuel, Omar y el resto de la pandilla.
Hailler gestiona una finca en la que está intentando recopilar un poco de la fauna y flora colombiana, tiene casi de todo, vacas, cabras, loros, papagayos, pavos reales, gallinas sin plumas ¿?, cerdos, plantas de café, guadua, de todo tipo, frutales, hortalizas… y a menos de 5 minutos andando un pequeño reducto de bosque tropical en mitad del eje cafetero. Se nota en ello la pasión por la naturaleza de alguien que estudió Ambientales.

Arepeando en La Finca

Ejemplo del pavo real, y abajo Jonathan cogiendo yuca para el sancocho que estábamos a punto de meternos entre pecho y espalda.

Arepeando en La Finca

Allí pasamos unos días entre la naturaleza, ordeñando las vacas en la mañana y cogiendo los huevos de las gallinas… en las «tertulias de artistas frustrados» (que le gustaba llamarlas a Heiller) que se montaban por la noche en La Finca, con sus guitarras, sus lecturas, sus poemas, sus chistes… y aprendimos muchísimo sobre Colombia, sobre la historia, la fauna y la flora, sobre sus gentes, y por supuesto, sobre su gastronomía, de la que aprendimos de primera mano gracias a la Microempresa de Arepas que tienen en La Finca.

Arepeando en La Finca

Aquí podéis verme con las manos en la masa, nunca mejor dicho. En la masa que se hace a base de maíz cocido. Otra opción para hacer arepas es comprar directamente la harina de maíz. A eso solo le hace falta agua y un buen amasado para hacer la masa que estoy aplastando en la foto, estoy en el paso final, con el molde acabando de terminar la arepa. A mi derecha la masa y a mi izquierda las arepas terminadas listas para brasear.

Arepeando en La Finca

Y con sal, con mantequilla y unos choricitos ya teníamos la comida lista.

Arepeando en La Finca

Fue una pasada como nos trataron, nos acogieron en su casa y nos ofrecieron todo lo que tenían, salimos  de allí agradecidos y con un poco de pena por partir, eso si, seguros de que algún día volveríamos a cruzar nuestros caminos en cualquier lugar. En Marsella, un pueblo al que fuimos buscando «nada» y encontramos «todo«.

La siguiente parada en el camino fue San Cipriano, la razón, para ver con nuestros propios ojos un pueblo en mitad de la selva al que no llegan caminos ni carreteras, solo una vía de que está en deshuso.
San Cipriano fue uno de esos pueblos que creció en torno a la estación de tren, un medio de que dejo de usarse en Colombia hace años, seguramente por ser el medio de transporte más fácil de sabotear y durante el largo conflicto la seguridad primó sobre la comunicación.

Total, que para llegar al pueblo desde la carretera los lugareños han inventado uno de los métodos de transporte más curiosos, e inseguros, que existen. A unas pequeñas cajas de madera con ruedas que encajan en las vías le acoplan una moto para hacer la tracción… y listo, ya tenemos vehículo. Para subir del pueblo a la carretera perfecto pero para la bajada… mejor no tener miedo o ser aficionado a las montañas rusas.

En la foto intentando acoplar mi mochila para que no saliese volando.

Estas 4 últimas son fotos de Quirós. Con las 2 de San Cipriano no olvidaré la situación al descargarlas a un disco meses después en Cuzco (Perú). La abuelita del cibercafé abrió un par para ver si se habían grabado bien y cuando Quirós le dijo –Esas son de Colombia-, la abuelita respondió: –¿Así es Colombia?, ¿allá son negros?-. Creo que estuve riendo cerca de 20 minutos.

De San Cipriano nos fuimos a buscar la Colombia más sórdida en Cali. Y la encontramos. La primera noche la ciudad nos dejó claro que no nos quería allí, tal vez fue el barrio, el casco antiguo, junto a la catedral… el sitio justo al que no debíamos haber ido. Allí pasamos la noche, en el peor hostal de Cali, o por lo menos, el más barato. Esperando que el sol nos permitiese salir del lugar (durante la noche eramos carne de cañon), entre ángeles blancos y todo tipo de insectos y olores. De Cali conocimos lo peor, pero porque pareció que lo buscásemos. De todo se aprende.

Y así decidimos salir del país, por Pasto, un pueblo curioso, con una calle principal que forma una frecuencia pefecta de «wiskería», locutorio, pollo frito, estanco… y así sucesivamente hasta el final de la calle. Es lo que que tienen los pueblos fronterizos, a eso va la gente, a cruzar fronteras, incluso las que no cruzan en sus propios países, o en sus vidas cotidianas, incluso fronteras interiores.
Curioso invento del hombre, parece que al cruzar una de estas seas más libre que dentro de la tuya… aunque también las hay que te hacen más preso.

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