1 minuto navegando el Irawadi al atardecer en Myanmar (Birmania)

Un minuto del trayecto en ferry que lleva de Bagan hasta Mandalay surcando el mítico río Irawadi. La salida desde Bagan es temprano en la mañana y la llegada a Mandalay poco después del ocaso. El día transcurre a ritmo lento, observando lo que sucede en las orillas del río más largo e importante del país. Estas mismas aguas inundan los arrozales del sur cada año para dar vida al sustento principal de todo Asia, el arroz.

Este vídeo es otro regalo, como el minuto del atardecer en Wadi Rum, otro minuto para evadirse del día a día de la rutina, de los noticiarios y de los desastres, porque el mundo sigue siendo bello aunque se empeñe en esconderse de nuestros ojos.

¡Buen fin de semana!

Equipo de vídeo por Malevolo
Equipo de audio por Path Sound

Un minuto del atardecer en el desierto (Wadi Rum – Jordania)

Este vídeo es un regalo que os dejo. Mi recomendación es ponerlo en HD a pantalla completa y sentarse a disfrutar de un minuto del atardecer en el desierto de Wadi Rum en Jordania.
De vez en cuando lo hago para recordar aquellos momentos y evadirme de estos, mirar la prensa es soñar con estar allí o, al menos, fuera de aquí, y me parecía egoísta guardarlo para mi solo.

Tal vez es anecdótico que también sea un regalo que me hizo Atallah cuando me acogió en su desierto, o tal vez es que algo tan bonito hay que compartirlo con el mundo para disfrutarlo plenamente. Por eso será entonces que el trabajo de Atallah consiste en enseñar atardeceres (entre otras muchas cosas).

Como en casa y con guía en Ammán (Jordania)

Amman

Jordania me recibió con un aeropuerto más pequeño de lo que me esperaba (para la cantidad de turismo que acoge). La espera por las maletas se unió al retraso del vuelo desde Sri Lanka y al trámite de la «visa on arrival» (que hay que abonar en efectivo) y pensaba que nunca pisaría Ammán. Lo peor es que Israa llevaba todo ese rato esperándome fuera sin saber las razones de mi demora. La había conocido un año antes en El Cairo, en unas cañas «rápidas» que me tomé con Jose antes de volar para Bangkok, y coincidió que estaba unos días en su Jordania natal antes de volver a Granada (donde vive). Estas circunstancias condicionaron totalmente mi paso por el país, no para bien, para mejor.
Israa vino a recogerme al aeropuerto, me hizo de cicerone durante los días que coincidimos, me buscó casa para alojarme de couchsurfing, me enseño un montón de cosas sobre el país, sobre el Islam, sobre sus costumbres y tradiciones, su gastronomía, su historia, «intentó enseñarme» un poco de árabe, me ayudó con el «salvoconducto» para poder entrar y salir de Jordania a Palestina por el puente del Rey Hussein, me «llevó» a ver Jarash y el Mar Muerto… ¿sigo?.

La ruta por Amman comenzó el primer día, para hacer tiempo hasta que llegasen del trabajo los dueños de la casa donde me alojaría nos fuimos al Downtown. Visitamos el Anfiteatro, paseamos por la zona y comimos Mansaf en el restaurante Alquds, un clásico de la zona para mi primer contacto con la gastronomía jordana. El Mansaf es uno de los platos tradicionales en Jordania, los ingredientes son cordero, arroz y yoghurt; el resultado: increiblemente sabroso.

Anfiteatro

Puerta

Una vez el estómago estuvo lleno salimos para conocer a mis anfitriones en Ammán; Adam y Mido. Israa les contactó por couchsurfing para ver si estarían dispuestos a acogerme en su hogar por unos días, como aún no me conocían dijeron que si.
Tras las presentaciones iniciales nos fuimos a conocernos mejor con unas cervezas delante. Me llevaron a otro de los clásicos de la ciudad, Rainbow Street. Una calle donde salir a tomar algo, a escuchar música en directo, a comer/cenar/almorzar/merendar (los jordanos comen muchas veces y a muchas horas distintas, vamos, se pasan el día comiendo).

Adam, Mido e Israa

Para terminar el día y seguir con el aprendizaje de la gastronomía local volvimos al Downtown para cenar en Hashem, un pequeño restaurante que pone mesas en la calle por el que puedes hincharte a comer 3 personas por menos de 4 euros.
Pedimos falafel, hummus, ful, patatas, ensalada… Es un sitio bastante local que se llena bien entrada la noche. El falafel está increíble y la autenticidad del lugar y su ambiente son dignos de contemplar.
De postre  tomamos Knafeh (un dulce, muy dulce, típico jordano) en Habibah, no lejos del anterior, y con nuestra dosis correspondiente de azúcar y el placer de haber cumplido mis deberes con la gastronomía jordana (en el primer día), dimos por terminada la jornada.

El día siguiente fuimos a Jerash (lo cuento en el siguiente post) y por la noche, mientras la ciudad se paralizó por un partido de clasificación del mundial entre Jordania y Australia (ganaron los locales por 2 a 1 y entonces la ciudad se volvió loca) nosotros disfrutamos de uno de los mejores shawarmas de la ciudad en Shawarma Reem (segundo círculo) y después Israa me invitó a probar otros dulces típicos, el Asabe Zainb (dedos de Zainb) y Awameh, ambos exquisitos pero increíblemente dulces, en Tamryet abuali (en una calle que sale también del 2º círculo).
Otra cosa no pero los sabores de Jordania los estaba probando todos.

Atardecer con Abu Darwish de fondo

El tercer día la ruta comenzó en el Museo Real del Automóvil de Jordania, un lugar donde Abdalá II muestra al pueblo lo rico que es y ellos no. Es una colección de coches de lujo que empezó su padre y que intenta, en forma de museo, mostrar a un rey campechano al que le gusta la velocidad y que permite que la gente vea sus lujosos transportes por el módico precio de 3 euros si no eres jordano. Hay fotos de la ciudad y te muestra, a grandes rasgos, algo de la historia de este reino hachemita desde el reinado del padre del actual monarca.
Una de las razones para venir a este museo era visitar también la nueva Mezquita de Hussein, que está en el mismo «complejo«. Y una vez más en un país árabe me quedé sin visitar otra mezquita. No se como me las apaño pero casi nunca consigo entrar a ellas… por ser festivo, por ser la hora del rezo, de la comida, del cierre, por no ser musulmán, por no ir bien cubierto, por las restricciones israelíes (en Palestina)… pero vamos, por unas u otras parece que se me resisten las mezquitas. Igual es culpa mia que no me esfuerzo suficiente :p .
Sinceramente, tampoco es algo que me importe demasiado, si entro a los templos es para sentir la religiosidad de unos lugares creados con un fin concreto, para ver a la gente practicando sus «ritos y supersticiones» e intentar comprender un poco más de su cultura. Nos guste o no la religión es una pieza fundamental en las culturas de infinidad de países y para conocerlos de verdad hay que ver todas sus caras. Si en la religión musulmana no puedo sentir eso, si en las horas del rezo la entrada está prohibida para los no musulmanes, aunque entiendo que se trate de respeto a sus sentimientos más profundos, en mi caso esos lugares se transforman en meras acumulaciones de piedra, edificios más o menos bonitos pero carentes de su significado real.

El vacío religioso lo debió entender mi cerebro como un vacío estomacal (esa imagen tiene de mi) y seguimos caminando por el pinar hasta la salida más cercana al séptimo círculo, donde sacié mis apetitos (también el religioso) con un shawarma y una buena conversación con Israa sobre el Islam en Koram (otro clásico en Ammán).

Atardecer en la ciudadela

Después de la trascendental conversación decidimos que el día merecía terminar con un atardecer a la altura y el lugar donde contemplar uno de los atardeceres más bonitos de la ciudad es sin duda la Colina de la Ciudadela, o Jabal Al-Qal´a, lo que me llevó a descubrir (gracias a mi nuevo interes por el conocimiento del árabe) que Al-Qalá, se pronuncia «alcalá«, significa «ciudadela» y que a pesar de mi «madrileñidad» no tenía ni idea de esa etimología. La Puerta de Alcalá es en realidad la puerta de la ciudadela, de la ciudad vieja, la puerta de Madrid. Tiene narices tener que irse tan lejos para averiguar sobre mi ciudad natal. Que poco caso hacemos a lo que nos rodea.

La Ciudadela de Ammán data de la Edad del Bronce Antiguo, es otra más de las ruinas del país que hacen transportarse a la antigua roma, con su muralla bien conservada y unas vistas privilegiadas, si no fuese por el precio de la entrada (que no deja de ser un impuesto revolucionario excesivo para los extranjeros en toda Jordania) sería el lugar perfecto para subir a ver el atardecer a diario.
Tengo debilidad por las vistas de una ciudad desde la altura, verla moverse, latir, apagarse con el crepúsculo y encenderse inmediatamente a base de luz artificial para continuar el bullicio de la rutina sin prestar atención al espectáculo que tiene delante.

Noche

El día terminó insuperable, disfrutando de un shawarma en la plaza de Rainbow street acompañados por la melodía de las guitarras españolas que unos jóvenes rasgan cada tarde a la caída del sol. La mezcla de flamenco o rumba con las músicas árabes de las que beben sus raices me cautivó las innumerables veces que pasé por esta plaza.
De Ammán salí para el sur de Jordania, volví para visitar desde allí el Mar Muerto y despedir a Israa, y luego regresé desde Palestina una vez más antes de volar de nuevo a Hortaleza. Fueron casi 10 días allí (intermitentes) sintiéndome como en casa con Adam y Mido, compartiendo buenas conversaciones, intercambiando y aprendiendo. No creo que Jordania hubiese sido lo mismo sin ellos, pero mucho menos sin Israa, gran culpable del imborrable recuerdo que tengo del país.
No se cuando será la próxima vez que los 4 podremos compartir el sabor de la shisha en Narguile contemplando las luces nocturnas de Ammán en el Books@Cafe, pero no me cabe duda que volverá a suceder tarde o temprano, con Israa tal vez sea antes, contemplando las luces nocturnas de la Alhambra desde el Albaicín, que tampoco suena nada mal. Además a esta se puede apuntar también Jose y a Iván le pilla cerca, muy cerca. Seguro que las conversaciones viajeras que de ahí salen me transportarían de nuevo a Jordania… bueno, y a medio mundo.

(*) Solo aclarar que no me gusta el sabor de la shisha, para que luego no diga Israa que no fumé de aquella Narguile… vaaaaale, pero es que quedaba way acabar el post así. 🙂
(**) Son infinitos los agradecimientos que tendría que dar a Israa, Adam y Mido, por lo que aquí no caben. Mejor se los doy en persona la próxima vez que les vea.

>>Todas las fotos de Jordania en Flickr<<

TimeLapse del atardecer en Sierra Nevada (Granada)

Este es el último atardecer del que disfruté en 2012. Es el 30 de Diciembre desde el refugio de Villa Vientos, en Sierra Nevada (Granada). Cerca de hora y media de TimeLapse (fotos cada 1 segundo) reducida a 14 segundos.

Ya avancé en el post anterior la aventura intentando terminar el año en la cima de la península y ahora esta aventura ya ha sido contada casi por completo en el blog del Packet Xtreme Team: 4 packets y varios destinos…

El último atardecer del año es un buen momento para hacer balance, los atardeceres siempre ayudan al recuerdo a volar libre, a recorrer sin orden alguno los rincones de nuestra mente para picotear de aquí y allí lo que considera importante.
Este último atardecer me llevó al recuerdo del primero, en Puerto Galera (Filipinas)… y eso pensando en el año que terminaba, no me puedo imaginar como será el último atardecer de verdad, si transportará hasta el primer recuerdo de un atardecer, a todos los rincones escondidos de la memoria, o será simplemente como otro más porque no se puede saber cuando va a ser el último.

Me pregunto como fue el último atardecer de Enrique Meneses, sería imposible que las vivencias se le hubiesen abalanzado como visiones porque no habría sitio para tanto ni en el espacio infinito.
El siempre decía: «El periodismo es ir, escuchar, ver, volver y contarlo«, inshallah pudiese volver para contarnos como es aquello, pero no puede porque hasta aquí ha llegado. «Hasta aquí hemos llegado«.

(*) Que decir tiene que este post está dedicado a la figura de uno de los mejores periodistas que ha dado este país. Periodista, viajero, aventurero, idealista, soñador… y mucho más. Hasta otra Enrique.

El Teide desde Gran Canaria / Foto de la semana

Teide desde Tejeda

Esta imagen es una parte del regalo que nos entregaron las islas durante el camino a Tejeda. El atardecer más bonito que he visto desde que volví a España.

Txema no dudó un momento en parar el coche para intentar inmortalizar el instante mientras yo me moría de frío esperando que no se alejase demasiado (mi sangre ya es completamente tropical), aún así saqué fuerzas de «flaqueza» para hacer esta foto… una imagen que mi cabeza no conseguía situar y entender, –¿cual es aquella montaña que sobresale entre el mar de nubes?-.
Fue Fina, responsable de la Fonda de la Tea, quien resolvió mis dudas unas horas más tarde: -¿entonces habéis visto el Teide a la bajada?-.
No me lo podía creer, el mastodonte que veíamos en la distancia era ni más ni menos que la cima de España atravesando las nubes para apuntar al infinito.

Mi desconocimiento «godo» sobre las afortunadas era mayor de lo que pensaba y nunca me había percatado de lo cerca que está cada isla del resto. En este viaje he visto Fuerteventura desde Lanzarote, Lanzarote desde Fuerteventura y Tenerife desde Gran Canaria. La distancia que las separa de la península nos impide ver su «cercanía«.

El viaje a Las Canarias está entrando en su ecuador, llevamos 3 de las 7 islas y mañana salimos para Tenerife, allí quiero repetir esta foto pero al revés. Desde la cima del Teide buscaré la Cruz de Tejeda para intentar devolverle el regalo, hay que ser agradecido con lo que se nos entrega.

A pesar de las prisas y los apretados timings de este viaje en el que estamos #explorandoCanarias, a pesar del batiburrillo de imágenes y momentos que se entremezclan en mi cabeza hay instantes que permanecerán en el tiempo siendo capaces de ser situados en el espacio. La memoria solo guarda aquello ligado a una emoción, une las imágenes a los sentimientos, por eso tengo claro que permanecerá el reencuentro con buenos amigos (Edu y Raquel en Gran Canaria), los reencuentros que vendrán (Diego, Dayana y Matias en Tenerife) y algunas postales sueltas que ya han encontrado un hueco donde quedarse por siempre en mi hipotálamo. La visión de el Teide asomando al atardecer de un largo día estoy seguro de que se transformará en imborrable, aun así voy a quitar la pestaña, como hacíamos con las cintas de casete o los VHS, para que no pueda ser borrada. Si alguna vez me falta espacio siempre podré poner un trozo de «celo» y escribir encima, aunque espero que el armario de módulos ampliables de mi memoria no se quede nunca sin espacio para los buenos recuerdos.

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