El mundo de los sueños fue uno de los temas recurrentes en el imaginario de los surrealistas. Pintores, poetas, escritores… todos, en algún momento de sus vidas, buscaron inspiración en lo onírico para dar forma a sus creaciones. Los sueños son la mayor expresión del subconsciente: mundos sin reglas preestablecidas y con un orden supeditado a la imaginación.
Eran escenarios perfectos para que el surrealismo cobrase forma y poder así dotarlo de sentido. Deadvlei es uno de esos escenarios con la particularidad de haber sido recreado por la mano de la naturaleza en un lienzo infinito: el mundo real.
Cerca de 5 horas en 4×4 dirección sureste es el tiempo que necesitas para recorrer los 333 km que separan Windhoek, la capital de Namibia, de Sesriem, un asentamiento que funciona como entrada al parque nacional de Namib-Naukluft. Este parque situado dentro del desierto del Namib alberga en su interior algunos de los lugares que más se repiten en los libros de fotografía que protagoniza este país del África austral. Entre estos lugares destaca Sossusvlei, un conjunto de «pans» y cañones rodeados por dunas gigantes de arena roja capaces de cortar la respiración del observador, y sobre todo del escalador, si te animas a hacer cima en cualquiera de ellas. La estrella de todas estas «pans» es sin duda Deadvlei: el lago muerto de arcilla blanca.
Hace ya 900 años que el agua dejó de regar este lago creando uno de los paisajes más antiguos y secos del planeta. El sol abrasador acabó quemando y ennegreciendo los troncos de las acacias muertas que quedaron en su interior y la falta de humedad impidió que estos troncos se pudrieran convirtiendo sus ramas en cadáveres espigados paralizados en el tiempo.
La primera vez que lo visité su imagen evocó en mi cabeza uno de los cuadros que más me han fascinado en mi vida: «La persistencia de la memoria» de Salvador Dalí. Faltaban los relojes reblandecidos por el paso del tiempo, un tiempo que, en mitad de aquel lugar, se detuvo por completo de nuevo, como 900 años antes, y dejó de avanzar intentando que ese momento no acabase nunca.
Si para Dalí la blandura de los relojes podría mostrar vulnerabilidad en mi caso el que se reblandeció allí fui yo. Quedé en un estado de indefensión total, ensimismado y tan absorto que tardé lo que me pareció una eternidad en salir de una especie de efímero duermevela en el que me costaba distinguir el mundo real de los sueños.
Deadvlei tiene una magia especial, un misticismo inexplicable engrandecido por la ausencia de sonido y la estricta paleta de colores que rellena sus formas estilizadas. Rojos, azules, negros y un blanco amarillento son los culpables de la belleza de este espectacular paisaje. No hay más, el resto del mundo desaparece allí. Hoy Deadvlei solo persiste en mi memoria. Y me pregunto: ¿ha estado Dalí jugando conmigo desde que vi su cuadro por primera vez?, ¿esperaba que algún día llegase a este lugar para provocarme todos estos sentimientos?.
La afluencia de visitantes no le resta un ápice de encanto y si encuentras la hora apropiada puedes llegar a tener una cierta sensación de soledad que no acaba hasta que sales del lago y alcanzas el parking en el que están obligados a estacionar todos los vehículos. Es un pequeño paseo de 10 minutos por la arena de un desierto que cubre 32.000 kilómetros cuadrados del oeste namibio, un mar de dunas con nombres propios que son algunas de las más altas del mundo: Big Daddy, Duna 45, Duna 7 o la Duna Elim.
Por eso no extraña que Deadvlei sea uno de los lugares más fotografiados del África subsahariana, escenario de vídeos, anuncios y películas como La Celda o el documental Samsara.
He tenido la oportunidad de visitarlo en 3 ocasiones. Todas iguales, todas distintas. Siempre a primera hora de la mañana, cuando el sol se levanta por el este alargando las sombras hasta el infinito, y sin resquicio de relente. A pesar del corto espacio de tiempo que las separaba, entre cada una de estas visitas no hubo más de 30 días, cada vez era como regresar a un lugar en el que nunca había estado.
La memoria se encarga de recordar en función a la carga emocional que hayamos sentido con la experiencia. Para mi memoria Deadvlei es como un lugar que no existe pero al que puedo volver siempre que quiera y el insomnio me lo permita. Sólo tengo que cerrar los ojos, relajarme y dejar a mi imaginación crear el orden de un mundo sin reglas preestablecidas.
Para volver a Deadvlei sólo tengo que dormir. Sólo tengo que soñar.