En esta foto estábamos entrando al Parque Nacional Cotopaxi, nerviosos y sin mucha idea de lo que íbamos a encontrar pero con unas ganas enormes de realizar la mayor aventura montañera que nunca habíamos intentado, la ascensión al volcán Cotopaxi. Un imponente pico de 5.897 metros sobre el nivel del mar, el segundo volcán más alto de Ecuador por detrás de Chimborazo, que con 6.310 metros es, por la forma de la circunferencia de la tierra, el punto más alejado del núcleo terrestre y el más cercano al espacio, y eso que Everest es 2500 y pico metros más alto.
Si, Chimborazo molaba más pero es más técnico y complicado, por lo tanto más caro y… también menos bonito. Lo digo porque Cotopaxi es uno de esos volcanes perfectos y puntiagudos, magníficos para fotografiar, es la idealización de una montaña materializado en los Andes.
En Latacunga, además de descubrir la gran afición que profesan en Ecuador por el voleibol O_O, buscamos una agencia local con la que contratar el guía para la ascensión. Dimos unas vueltas y acabamos contratando a la empresa Volcan Route, creo recordar que no superó los 100$ por persona incluyendo el transporte, una cena, alojamiento en el refugio, el guía y el alquiler del material necesario. Esto fue lo que nos acabó de decidir, el material era el «menos viejo» de los que vimos en el resto de agencias.
Para una ascensión de este tipo el material de montaña es bastante importante, es fundamental una buena chupa con membrana, si puede ser GoreTex, pantalones de agua/gore, guantes, manoplas o ambos, botas de plástico para cramponar, los crampones, piolet, arnés, casco y saco de dormir. El resto de cosas que no vienen nada mal son calcetines gordos, gafas de sol, gorro, ropa de abrigo y mucho agua.
Al día siguiente desayunamos fuerte y empezamos la aventura, primero en jeep de Latacunga a la base de la montaña, ya estábamos a 4.500 m, luego la ascensión comienza con el camino del parking al refugio. Esta pendiente se sube con los macutos llenos con la comida, sacos y toda la ropa de abrigo, y va de los 4.500 metros hasta los 4.800 a los que se encuentra el refugio José Ribas. Un dato curioso, la altura del punto más alto de Europa (Mont Blanc) es de 4.810.
En el refugio se preparan las cosas para intentar dormir, y digo intentar porque a partir de esas alturas empieza a notarse la falta de oxígeno y hay gente que no es capaz de descansar del todo, y se empieza a cocinar, la cena es pronto ya que la ascensión comienza entre las 12 de la noche y la 1 de la madrugada. Durante la noche la nieve está más dura y la probabilidad de avalanchas es mucho menor, al ser unas 7 horas de camino se llega para ver el amanecer y no da tiempo a que el sol ablande la nieve durante la bajada.
A eso de las 8 estábamos durmiendo después de unas cuantas bromas con los guías y los guardas del refugio y a las 12 estábamos listos para salir. Debo confesar que yo dormí como un bebe.
Nos colocamos las luces frontales y cuando salimos para ponernos los crampones y empezar a subir me di cuenta del frío que hacía, estaba comenzando a nevar y el viento soplaba con fuerza. Vale que era de noche pero ni con las luces de los frontales se veía más de un metro. Como no había una segunda oportunidad comenzamos la ascensión… y en ese momento empezó el principio de mi infierno personal.
Poco después de pasar los 5.000 metros empecé a sentirme raro, mucha sed, debilidad, me costaba respirar… la ventisca ya estaba imparable y el guía nos había confesado que sería difícil llegar con la cima despejada. Yo estaba bastante desanimado y con pocas fuerzas. Entonces paramos un momento y me di cuenta de que lo que me estaba sucediendo eran claros síntomas de mal de altura, por mucha bebida energética, o barritas que tomaba no me recuperaba lo más mínimo y la cabeza empezaba a apretarme hacia adentro… ¿o tal vez fuese el casco?.
Seguí avanzando como pude y cayendo rendido en cada parada que hacíamos, no era cabezonería para lograr la cima, tenia claro que no iba a llegar, el problema es que la acensión se hace en una cordada de 3 personas, el guía y nosotros 2, y si bajaba uno… bajaban todos. Yo sabía que un poco más adelante había otra cordada con un alemán y un guía y pensé que si les alcanzábamos tal vez pudiese dejar a Quirós con ellos. Saqué fuerzas de donde pude y a 5.400 conseguimos alcanzarles, pregunté si Quirós podía unirse a su cordada y cuando me dijeron que no había problema me desplomé extasiado. Si no fuese por mi capacidad sobrehumana para soportar el dolor no se que habría sido de mi :p .
Ahí le dije a nuestro guia que yo no podía más, ellos se plantearon si continuar porque la ventisca cada vez era más fuerte y la capa de nieve recién caída empezaba a complicar el uso de los crampones y decidieron que la cordada del alemán, Quirós y el guía intentarían la cima y yo bajaría con el otro guía. A todo esto yo tumbado sobre la nieve concentrado casi unicamente en ver si era capaz de llenar los pulmones de aire. Que infierno estaba pasando tumbado en la nieve, irónico, ¿verdad?.
Pensé que una vez comenzase la bajada me sentiría mejor pero el cansancio aumentaba y quedaba un buen tramo hasta el refugio, entonces llegamos a una placa de nieve un poco más dura y le dije al guía que yo bajaba tumbado, le expliqué que sabía como hacerlo con los crampones y como controlar el piolet para la autodetención y me dijo que adelante. Me tiré y bajé medio Cotopaxi resbalando por el hielo, en un momento dado me planteé como estaba bajando el guía, íbamos unidos por una cuerda, me paré en seco y vi que bajaba… CORRIENDO. Ahí descubrí que esa gente son superheroes.
Cuando la nieve empezó a escasear me levanté como pude para seguir caminando y llegar al refugio. En el momento en el que vi la puerta fue como si hubiese llegado al paraíso, dejé todo lo que llevaba y me metí directo al saco, tiritando, mojado, con frío, me dolía la cabeza… estaba reventado, y no llevaba ni 30 minutos acostado entre ensoñaciones cuando me despertó Quirós. Poco después de pasar los 5.500 metros el guía decidió que la cosa se estaba complicando y era mejor bajar, y en esas condiciones la montaña puede ser bastante peligrosa, empezaron a bajar y con ellos la ventisca, acababan de llegar al refugio y había que salir rápido no fuese a ser que el jeep se quedase atrapado por la nieve.
Y yo medio muerto pensando que no podía moverme, le dije que solo hacer la mochila y vestirme era un mundo para mi y me dijo tajantemente: –yo te hago la mochila-.
Me vestí, me colocaron el macuto en la espalda e iniciamos el descenso. Al principio estaba hecho un trapo y a mitad de camino del refugio al jeep estaba casi normal, mi problema se había mantenido porque no había bajado lo suficiente. Cuando llegamos al coche estaba perfecto y a la altura de la Laguna de Limpiopungo ya ni me acordaba de como había estado. Es increíble pasar en tan poco tiempo de un sentimiento tan chungo a estar como si nada, pero así es el soroche, mal agudo de montaña o mal de altura, solo hay que bajar para que desaparezca.
Durante el camino de regreso a Latacunga disfrutamos de las vistas y fotografiamos los volcanes y nevados que rodean el parque (Tungurahua, Cayambe, Ilinizas, Chimborazo) pensando como sería estar en sus cimas. El día empezaba a abrir y Cotopaxi nos permitió, al menos, hacer unas fotos de su cumbre despejada, las que habéis visto en el post. Pero no nos dejó acercarnos a su cima, en la montaña unas veces se gana y otras casi, porque esto no fue una derrota, lo que sentí aquella noche fue algo que no se me olvidará jamás y solo por haber vivido esa aventura ya me siento casi ganador.
Tendré que volver para acabar de conquistarlo, aunque la espinita me la quité en Bolivia hoyando la cima de Huayna Potosí (6.088 msnm), pero esta historia ya llegará.
Si queréis saber como es la experiencia de ascender Cotopaxi os invito a leer un post de Paco Nadal en su blog: Ascensión al Cotopaxi, gracias al que yo pude saber como es en realidad lo que la ventisca, la noche y el mareo no me dejaron ver.
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