En antropología hay diversas corrientes a la hora de teorizar sobre la interactuación con tribus y culturas aisladas. Algunos expertos opinan que la mejor forma de no interferir en su comportamiento es, directamente, no teniendo ningún contacto (es imposible que vayamos y no se vean afectados); otros piensan que la política de “no contacto” es una solución simplista y soñadora, es mejor un contacto programado y bien planeado antes de que tenga lugar uno de forma accidental y pueda resultar desastroso. Esta última corriente plantea que el punto de vista “occidentalizado” de los partidarios del “no contacto” es, en realidad, una moralina paternalista: somos moralmente superiores porque aceptamos que nuestra forma de vida puede no ser buena para ellos.
Esto provoca en el viajero una contradicción continua a la hora de enfrentarnos a este tipo de situaciones. Al menos en mi caso. ¿Hasta que punto somos responsables de tener la suerte de visitar algo puro y que no vuelva a ser así nunca más?; buscamos llegar a lugares no contaminados por el turismo para luego, ¿contaminarlos nosotros?; ¿es posible caminar sin dejar huella?. Supongo que cualquier viajero ha querido encontrarse en uno de esos sitios aún vírgenes para poder sentirse como aquellos exploradores que “descubrieron” al mundo lugares que los ojos de ningún occidental habían visto antes. ¿Quién no ha soñado nunca con emular las aventuras y los viajes de Livingstone, Shackleton, Lévy-Strauss?… ¿Marco Polo?.
Con esto no quiero decir que la visita a las tribus himba llegue a ser una experiencia para nada cercana a visitar un lugar inexplorado, por supuesto han visto antes “al hombre blanco”, hay pocos lugares donde ya no llegue el turismo, pero si puede que sea una de las culturas menos tocadas que he tenido la suerte de conocer, y por tanto, una de las más atractivas. Lo que de verdad me planteaba un relativo problema moral es que cada vez que visité sus poblados fue como guía de viaje con grupos de entre 10 y 16 personas y esto hacía que la disyuntiva entre la pureza y la contaminación de la misma no parara de atormentarme.
Poco a poco me di cuenta de que no era tan extremo, no eran lugares totalmente aislados (apartados de la mano de dios). Sí se da el caso de poder conocer unas costumbres y tradiciones con cientos de años de antigüedad, pero también ellos se han adaptado al progreso a su manera, han adaptado sus artesanías (pulseras de pvc, adornos de tuercas y juntas tóricas…), han adaptado relativamente su día a día para poder recibir visitas y algo de dinero del turista. De todas formas los himba son un pueblo tan orgulloso de si mismo que no tienen intención alguna de permitir que este progreso les haga perder un ápice de su identidad. Normalmente las tribus que he conocido son más tirando a tímidas con los occidentales, parece que se sientan juzgados e, incluso, en determinados momentos, se puede notar una suerte de complejo cuando se comparan con nosotros. Las himba son todo lo contrario: altivas, confiadas, pasotas, son conscientes de lo interesante de sus raíces y se muestran orgullosas de ellas. Eso no quita que la mejor forma de realizar estos encuentros se base en el respeto y en unas normas básicas de conducta para que la interferencia sea mínima o, al menos, no demasiado destructiva.
Entre esas normas está la de buscar un guía local, un intérprete que ayude en la comunicación, que pida permiso para la visita y aconseje sobre la mejor forma de realizarla. Yo tuve la suerte de conocer a Anitha, una de las primeras guías himba mujer, y creo que la experiencia es mucho más interesante ya que cuando llegas a los poblados lo que vas a encontrar es sobre todo mujeres, los hombres se encuentran pastoreando y las que se encargan de que todo funcione en la comundidad, de cuidar de los niños, de construir las casas y de buscar agua, son ellas. Por eso cuando hablo de esta tribu suelo hacerlo en femenino.
Hay muchos puntos en Namibia donde poder visitar poblados himba, lo mejor es en la zona noroeste, y aunque los alrededores de Opuwo sean más accesibles al viajero aconsejo seguir hasta la frontera con Angola y llegar a Epupa, cerca de 3 horas por pista de tierra en dirección norte desde Opuwo. Hay algunos lodges para poder alojarse y acampar y es el emplazamiento de las Epupa Falls, unas preciosas cataratas que forma el río Kunene, un río que hace de frontera natural entre Namibia y Angola. Al estar un poco más alejado de las rutas típicas tiene una menor afluencia de turistas y unos paisajes preciosos y menos polvorientos que los de Opuwo, gracias, por supuesto, al río Kunene.
Si te decides por ir a Epupa puedes contactar con Anitha de mi parte, tal vez aún se acuerde de mi y todavía lleve el colgante de cuero trenzado en Huelva con una piedra de Irán que le regalé por su cumpleaños. Y no creo que haya conocido muchos otros Pak.
Su mail: 1987chambilu@gmail.com
Y su teléfono: +264 813523076
Puedes empezar por aprender unas cuantas palabras y frases básicas para llegar con ellas memorizadas y dejarles impresionadas con tu nivel de lengua himba (Otijihimba):
Moro —> Hola
¿Peribí? —> ¿Como estás?
Nawa / peri nawa —> Bien
Okujepa —> Gracias
Karenawa —> Adios
Wami Pak —> Me llamo Pak (recuerda que seguramente tú no te llames Pak).
¿Obe unde? —> ¿Y tú?
¿Ena roje oove ufie? —> ¿Como te llamas ?
Obe omua —> Eres guapa
¿Nxoitu keri kohe? —> ¿Me puedo duchar contigo?… vale, esta es culpa de Pau que siempre lo intenta ( :p ), aunque tampoco te servirá de mucho si se lo preguntas a una mujer ya que en la cultura himba no vuelven a ducharse/bañarse una vez tienen su primera menstruación. Algo que tiene que ver con la escasez de agua en las zonas desérticas en las que viven, pero que pierde sentido cuando descubres que los hombres si pueden hacerlo.
Esta falta de agua y la imposibilidad de bañarse hace que el ocre, esa pasta rojiza que crean mezclando grasa animal y el polvo que sale al machacar una piedra de hematites que contiene mineral de hierro, sea aun más importante de lo que parece a simple vista. Lo usan como perfume y gracias a su olor es muy difícil que notes que no se han bañado desde muy jóvenes, lo usan como repelente, como maquillaje y es una protección hidratante muy eficaz contra las radiaciones solares. Es la pasta con la que forman sus trenzas, unas especie de rastas que deshacen periódicamente y que tardan unos 2 días en volver a realizar.
A pesar de no lavarse con agua se impregnan con un humo de cortezas olorosas y hacen una especie de vahos con agua hervida y aromas. Hace un tiempo que ha comenzado un programa del gobierno que intenta inculcarles el uso de agua para lavarse las manos ya que ellos usaban ceniza, y aunque es relativamente aséptica no limpia igual y es más fácil contraer infecciones causadas por bacterias.
Como estaba contando, para la visita, una vez llegas al poblado lo mejor es presentarse y conocer a los habitantes del mismo usando las frases que ya conoces y la ayuda de Anitha o el guía que te acompañe. Aconsejo bajar del coche sin cámara de fotos, pedir permiso para la visita y una vez hayas interactuado con ellas puedes volver a por la cámara, así no serás un desconocido tapado por una máquina que capta imágenes.
Anitha te explicará muchos datos sobre su cultura y sus tradiciones, pero seguramente ya sepas que son pueblos seminómadas que se basan en una economía de subsistencia. Que su población se acerca a las 50.000 personas repartidas entre el norte de Namibia (Kaokoland) y el sur de Angola principalmente. Que su vida gira en torno al ganado y de las vacas sacan casi todo lo que necesitan para vivir: la leche, la manteca, las pieles y el excremento con el que cubren sus chozas. Como ya he comentado la construcción de estas chozas a base de ramas de árboles y estiércol de vaca es labor de la mujer, así como ordeñar las vacas.
El ganado tiene tanta importancia que la parte final de sus trenzas acaba en un mechón de pelo (normalmente masculino) con el que simulan la cola de las vacas y sus tocados representan las orejas del que es su principal sustento.
Verás que la base de su alimentación es el pap, unas gachas de pasta de harina de maíz y que los poblados los construyen dentro de una barrera de matorrales que les protege de los animales salvajes. Que en todos estos asentamientos hay un fuego sagrado (okuruwo) que se mantiene constantemente encendido para honrar a los ancestros. Profesan una religión animista con bastante superstición y la línea imaginaria entre el fuego sagrado y la choza del jefe del poblado no se puede cruzar. Para no equivocarte lo mejor es saber que la única choza cuya puerta encara el fuego es la del jefe de la tribu mientras que el resto encaran otro lugar.
Las himba no pintan ni moldean esculturas, su único arte plástico es el que crean en sus cuerpos a base de adornos. El más valioso es el ohumba, una concha de mar que consiguen por el intercambio con las tribus del Damaraland. Caminan descalzas aunque algunas usan unas sandalias realizadas con piel de vaca curtida (cuero).
Una de las mayores curiosidades que tienen para mi, y no son pocas, es que cuando cumplen 12 años se les extraen los 4 dientes incisivos inferiores. No he conseguido saber la razón real, ellas dicen que para poder pronunciar su lenguaje, incluso hablan de estética, se gustan más así, pero he leído que se puede basar en que para los esclavistas portugueses la forma de evaluar a los esclavos negros antes de ser enviados a los barcos para Brasil era por la dentadura, como se hace con los caballos, y al arrancarse estos dientes disuadían la atracción de los esclavistas hacia ellos. Otra teoría es que hubo un tipo de epilepsia de origen hereditario que se propagó ante la cercanía sanguínea en las relaciones sexuales y durante los ataques epilépticos era la única manera de administrar suero para rehidratar al enfermo. A día de hoy se sigue practicando y sorprende ver que siguen manteniendo esta dolorosa tradición.
Al final de la visita suelen colocar unos parches con artesanías. Como te permiten ver el poblado sin pagar por ello (simplemente hay que llevar algo de comida como un saco de harina de maíz para el pap, sal, pasta de tomate y algo de vaselina para hidratar las mucosas por la sequedad del desierto; habla con tu guía para ello) la mejor forma de ayudarles de alguna otra forma es pagar por un trabajo y no ofrecer limosna. La compra de artesanías es la única manera de que no acaben poniendo la mano para que los turistas limpien sus conciencias con ellos en forma de billetes.
Otros consejos que puedo ofrecer es preguntar a Anitha cuales son las aldeas que han sido visitadas últimamente y pedir que no te lleve a ellas, así la comida y las compras que hagas se van repartiendo por la zona en vez de acabar siempre en los mismos poblados.
Cada vez que tengas la posibilidad de hablar con ellas, Anitha mediante, preguntarás un millón de curiosidades y la conversación suele terminar con un: “¿tenéis alguna otra pregunta?”, por parte de Anitha. Ahí es cuando en vez de decir un “NO” y darse la vuelta llega el momento de decir: “No, pero, ¿tienen ellas alguna?”, y así poder conocer como es el hombre blanco en su imaginario. Esto llega a dar lugar a situaciones surrealistas como cuando la mujer del jefe de la tribu y matrona del poblado preguntó a una pareja de clientes míos como eran los partos en nuestros países. Cuando le dijeron que una vez se rompen aguas o notas que puedes estar de parto se va al hospital sus ojos se abrieron como platos y dijo que entonces tendían que morir un montón de niños por el camino… claro, hay que tener en cuenta que para ellas el hospital más cercano está a más de 4 horas por pistas de arena y no tienen coches. Les recomendó buscar una comadrona que fuese a su casa para ayudarles y ante la imposibilidad de hacerla entender que en España siempre tienes un hospital cerca terminó diciendo de todo corazón: “Mirad, cuando tengáis un hijo yo puedo ir a ayudaros, seguro que va a tener muchas más posibilidades de sobrevivir”. Y estaba convencida de ello.