– «¡Treinta y cuatro horas!«-. Se dice pronto. Esas fueron las horas que me salieron al hacer los cálculos para el trayecto de Playa del Carmen (México) hasta Antigua (Guatemala), y esto encajando los buses. Primero uno de Playa a San Cristóbal, de ahí a Ciudad Cuauhtémoc, luego cruzar la frontera y por último ver como se podía llegar de La Mesilla (lado Guate de la frontera) hasta Antigua. Con sus buenos margenes para cubrirme, claro.
El bus de Playa a San Cristóbal fueron unas 18-19 horas, y de allí 4 hasta la frontera. Llegué de noche, y fue ahí donde comenzó la aventura. Había salido de Playa el día anterior a las 9 de la noche y 23 horas más tarde, a eso de las 20:00 del día siguiente empezaba los trámites fronterizos.
– ¿Hasta donde va señor?-, me preguntó el guardia fronterizo
– Antigua… si es que sale algo a estas horas-, contesté.
– Entonces casi mejor que no salga, Guatemala no es como México y viajar en la noche es bastante… inseguro.
– ¿Inseguro o peligroso?
– Peligroso más bien, yo le recomiendo que busque hospedaje en La Mesilla, hay camas baratas.
Acabamos la burocracia y salí hacia La Mesilla, el tramo fronterizo, esa zona en ninguna parte que ya me pareció sórdida cuando la crucé durante el día, imaginad como podía ser en la noche.
Puestos de venta de todo, ropas, cacharros, tabaco, y masas de gente buscando la ganga, o el descuido, o lo que busquen. El panorama en La Mesilla no pintaba mucho mejor, andando por la calle no paraba de acercarse gente… «¿hostal señor?«, «¿autobús?«, «¿unos tacos papito?«… «ssshh, si busca las más lindas chapinas sígame«…
Menuda locura, debí preguntar a 5 personas por el autobús hacia Antigua y cada una me dijo algo distinto.
Al final, casi a la salida del pueblo encontré la «estación«. Pedí un boleto para Antigua y no había directos, solo a Ciudad Guatemala, y no me apetecía demasiado entrar de noche. El conductor me dijo que podía dejarme en el cruce que va a Antigua (San Lucas, me dice María Dolores en los comentarios 😉 ) y esperar que pasase algo para allá. Me pareció bien.
Al ir a comprar los boletos el conductor y la vendedora me animaron a pensármelo un poco mejor. Yo insistí en que no me preocupaba y entonces me dijeron «lo abundantes que eran los asaltos en las líneas nocturnas«.
– Ah-, dije -¿y el resto de gente que ya ha comprado los boletos lo sabe?, ¿les habéis avisado también?
– Lo saben, pero no les preocupa, no tienen nada.
– Entonces perfecto, porque yo tampoco.
Esta conversación se repitió con 2 mamitas en la parada, otro señor justo antes de subir al bus, mi compañero de asiento y los de al lado. Parecían más preocupados por mi que por ellos. Es de agradecer pero personalmente prefiero que no me tengan todo el rato «acojonado» :p .
Al poco de salir recordé al conductor que me bajaba en «el cruce» (San Lucas), volví a mi asiento, me dormí y de pronto un frenazo brusco me despertó. No era consciente del cansancio que llevaba en el cuerpo, habían pasado las 8 horas hasta el cruce y no me había ni enterado.
Aún no tenía claro donde estaba hasta que la gente empezó a decir, «el gringo«, «el gringo«, ahí ví que habían parado por mi. Bajé con el conductor, saqué la mochila del guardamaletas del bus y cuando levanté la cabeza estaba en medio de ninguna parte parado en algún punto de una autopista.
– Perdón, se me pasó, ¿ve aquellas luces?, es una gasolinera, allí puede agarrar algo a Antigua.-, me dijo el conductor mientras se subía de nuevo al autobús… disculpe…
Y poco a poco desapareció de mi vista el autobús, y yo con cara de tonto y solo rogando que aquellas luces fueran la gasolinera que el conductor decía.
Empecé a caminar y pronto vi que no me había mentido, llegué a la gasolinera y aún estaba cerrada la cafetería pero había un chico en una ventanilla. Estaba leyendo cuando le pregunté:
– Buenas, ¿puedo agarrar aquí un autobús a Antigua?.
Entonces levantó la cabeza, en cuanto me vio los ojos se le pusieron como platos y un poco nervioso me dijo, -«¿De donde viene?, ¿como ha llegado?«-, y salió corriendo para abrirme la puerta de la gasolinera.
Le conté por encima y me dijo que para Antigua salían del otro lado, en la gasolinera de enfrente, y que podía esperar que se hiciese de día allí con él.
Era solo cruzar, y a las 5 y algo de la mañana no pasaban muchos coches, le di las gracias y me dirigí al otro lado.
Al llegar se repitió la escena con el dependiente, al parecer había que ir a una plataforma un poco más adelante, y me dijo que así «gringo» y con «maleta» (mi mochila), que mejor esperase con él a que se hiciese de día.
Tomé un café y un dulce, no habían pasado ni 10 minutos y estaba aburrido y cansado, él no podía charlar conmigo, tenia cosas que hacer, y yo si me quedaba parado me dormía. Le dije que me iba para la plataforma esa (un puente que cruza la autopista) pero no me dejó.
Me dijo que me pusiese al borde de la carretera y parase los que viese a Antigua, pero dentro de la zona de luces de la gasolinera. «Señor, si, señor!«.
Pero claro, hasta que no estaban encima mía no veía los carteles y no me paraba ni uno. Demasiado sospechoso estando la parada a menos de 100 metros.
Al rato, intenté un plan B, pedir «raid» (autostop) a la gente que estaba repostando. Un fracaso, primero porque coincidió que nadie iba para Antigua, y segundo, porque todo el mundo me regañaba y corrían a llamar al dependiente… «mira el gringo loco ahí pidiendo raid«, llegué a escuchar un vez.
Era el amanecer más ansiado que nunca hubiese vivido. Deseaba llegar a Antigua como fuese y de pronto vi un chico andando con una mochila, medio dormido. Tenia aspecto de ir a trabajar, caminaba en dirección al puente. Entonces le paré y le dije:
– Perdona, ¿vás al puente?
– Si -, me dijo con cara de sorpresa.
– ¿Te importa que vaya contigo?- le dije-, es que el dependiente de la gasolinera no me deja ir sólo.
– Usté verá señor-, susurró sonriendo aunque sin mucha confianza.
Y empecé a caminar a su lado. Santiago, me dijo que se llamaba. Trabajaba en Guatemala y todos los días se levantaba a las 4 y pico de la mañana para llegar a tiempo al trabajo. Eran unas 2 horas de camino… y otras 2 de vuelta.
De pronto llegamos al lugar (San Lucas). Era un simple cruce bajo un pequeño puente peatonal, sin ninguna luz, solo un par de bancos de piedra y unas 20 personas suficientemente separadas unas de otras como para no tener que interactuar.
Santiago me dijo adiós y se apartó. Se quedó allí parado como el resto, sin hablar con nadie, mirando al suelo y esperando que llegase su autobús. ¿Sueño?, ¿pocas ganas de hablar?… ¿miedo?. No lo llegué a saber, al momento llegó su transporte dirección a Ciudad Guatemala.
Y allí me quedé yo, cada vez que pasaba un «chiken bus» y yo preguntaba –«Disculpa, ¿este va para Antigua?»-, la respuesta era la misma… risas y un: -«¿Pero que chingada hace el gringo este aquí?«-, que soltaban tan a la ligera que me hicieron dudar si pensaban que no les entendía.
Al final uno de ellos me dijo que si, lo agarré y antes de las 7 am estaba entrando en Antigua. Busqué alojamiento y me fui a desayunar por segunda vez, se me había pasado el sueño.
Paseé por la ciudad con las primeras luces disfrutando de su belleza y esperé que fuese una hora decente para llamar a Manuel, le conocí a él y a su Casa del Mango cuando estuve allí unos meses antes, no tardó ni 2 frases en invitarme a tomar un té en su casa, para, al momento, preguntarme en tono inquisitorio:
– ¿Y como estás despierto tan temprano?, ¿cuando has llegado?.
– Hace un par de horas…
– ¿Desde?
– Playa del Carmen… bueno, desde La Mesilla, pero vamos, que vengo desde Playa.
– Eso es México… ¿la Riviera?, ¿La Mesilla?, ¿has viajado de noche?…
– Estooo… bueno… yo…
– Anda, vente a tomar el té, pero ten por seguro que si yo no lo hubiese hecho mil veces te regañaría pero bien… como habrá hecho todo el mundo que te haya visto.- y se rió.
– Llego en 2 minutos, ¡chau!- respondí riendome yo también.