Llevaba unos 3 meses recorriendo centroamérica, la región donde más pude sentir algo parecido a la soledad en todo el viaje, no se si causado por las barreras idiomáticas, por mis continuos intentos de no juntarme con angloparlantes, por ir a hospedajes y restaurantes locales… me faltaban «viajeros«, me faltaba tiempo (de estadía en los sitios) para poder integrarme y a la vez no sabía lo que me faltaba.
Fue una etapa curiosa, como de reflexión, se acercaban las navidades, estaba a punto de hacer un año de viaje «solo«… tal vez fuese un cúmulo de cosas inconexas, pero que, a 10.000 km de casa, se distorsionan hasta confundir un poco las sensaciones, los sentimientos (o «los sensamientos«, que me gusta decirle a estas cosas).
Estaba disfrutando el viaje, de los lugares, de la gente, pero me faltaban… no se… ¿amigos?, o algo parecido.
Entonces llegué a Panajachel, un pueblo turístico de 15.000 habitantes situado a las orillas del Lago Atitlán, y, desde mi punto de vista, el lugar con las vistas más bonitas del Lago.
Nada más llegar conocí a un grupo de artesanos: nicas, salvadoreños, hondureños, argentinos… Algunos llevaban un tiempo asentados allí, pero por lo general este tipo de gente son «nómadas» de Latinoamérica. La viajan, la sienten, la viven, la trabajan. Van con su «parche» buscando la temporada, la venta, el día de suerte. La mayoría viven al día, ganan para comer, ahorran para moverse, cuando se aburren de los sitios, cuando les hablan de lugares mágicos donde todo el mundo compra… hacen el petate y continúan el camino. Ya volverán, tiempo es lo único que les sobra.
Panajachel se nutre del comercio, del turismo, de las ventas. Es como una especie de pueblo bazar. Estaban todos esperando las navidades para salir hacia México, al Yucatán, Oaxaca, Chiapas… –donde van los gringos-, decían.
Y estos «nómadas«, que conocí gracias a Cacho y Jesi (pareja de artesanos que había conocido en Nicaragua), se convirtieron durante un tiempo en los «amigos» que estaba echando en falta, no solo en Pana, luego hubo un grupo con el que seguí «viajando» y volvimos a vernos de nuevo en Xela, y en San Cristobal de las Casas (México).
Bajaba todas las mañanas con ellos a los parches, leía, intercambiábamos libros, les ayudaba con las ventas, hacía de traductor cuando llegaban «clientes» gringos (todo el que no hable castellano), pasábamos las tardes en alguna de sus casas, comidas, cenas… en Panajachel tuve la curiosa sensación de sentir que vivía allí, como ellos, como puede vivir un «nómada» en un lugar de paso.
Y muchas tardes subíamos al mirador, a tomar algo en el Café Entre Nubes, desde donde se podía ver el lago al completo y uno de los atardeceres más bonitos del lugar. Con unas estupendas vistas de Panajachel, claro.
Entre Nubes lo llevaba una pareja de artesanos argentinos que habían decidido liarse la manta a la cabeza y quedarse a vivir allí del cafecito que habían montado. Un lugar entrañable y que merece la pena visitar.
Era donde iban haciendo las despedidas de los que marchaban, de los que dejaban esa pequeña comunidad de latinos, de artesanos, que conviven con los artesanos chapines en el pueblo.
Y entre las sorpresas del mirador estaba este pequeño. Le conocí en las distintas subidas que hice. Como el único lugar para aparcar en el mirador estaba en cuesta se dedicaba a calzar con piedras las ruedas de los coches de los turistas en busca de propinas. A mi no consiguió sacarme nada y al segundo día ya no le interesaba, no le interesaba como un dolar, le interesaba como persona. Pasamos buenos ratos charlando, me contaba historias de su familia, de los gringos que conocía… era bien charlatán.
Uno de los días aparcó un coche de alquiler, eran turistas, gringos. Entonces Nacho corrió a sujetar las ruedas con piedras, salió una pareja del coche, le sonrieron, la mujer buscó en el bolso para darle propina, por los gestos pareció que no tenia monedas y de repente, con una sonrisa profident y un aura de salvadora de los necesitados, le puso en la mano un billete de 5 dolares.
Nacho puso los ojos como platos y salió corriendo como alma que lleva el diablo. No volví a verle en los 3 días siguientes. Estoy seguro de que tampoco fue a la escuela.
Con el simple gesto de colocar una piedra y sonreír a un turista ganó, poniendo la mano, lo mismo que su padre gana en 3 días de trabajo en el campo. ¿Para que estudiar?, ¿para que buscar un trabajo?. Ese día, estoy seguro de que Nacho pensó que la vida es fácil, que solo hay que poner la mano y esperar que algún gringo quiera limpiar su conciencia contigo.
Ójala la vida fuese tan fácil. Ójala Nacho no tenga que trabajar de lunes a domingo, como su padre, por 50 dolares al mes. Ojala el mundo deje de pensar que «la limosna» soluciona el problema, cuando solo lo mantiene en estado vegetativo. Ojala la gente mirase la cara del futuro y no solo viese la sonrisa del presente.
Oj Ala… que dirán también en Libia, que viene del árabe, y significa «Dios quiera«. El que sea.