Era el segundo intento, el primero se perdió entre despedidas. Ya tenía claro que no iba a ser fácil, al comprar el «boleto» me avisaron de que el trayecto eran entre 22 y 25 horas, ahora dudo si fue un aviso o una amenaza.
Un día de mi vida encerrado en un autobús para llegar a Mérida… y que no haya ni ruinas, ni romanos… será porque esta no fue la Mérita Augusta capital de Lusitania, sino otra Mérida, fundada unos de 1.500 años después por Francisco Montejo sobre la ciudad maya de Thó.
Las «veintipico» horas se hicieron soportables, entre películas malas, libros y largas cabezadas conseguí llegar a Mérida. De toda la gente que pasó por el autobús solo había otro chaval que parecía europeo y no fue hasta que llegamos al final que empezamos a hablar.
Eugenio, italiano, delgado, pelo largo y barba frondosa, la pequeña mochila que portaba no dejaba intuir que llevaba casi un año viajando desde el sur del continente. Iba camino de Cancún, desde donde volaría de regreso a Italia.
Nos juntamos para compartir hostal y dimos una vuelta por Mérida de la que no recuerdo mucho, creo que las «veintipico» horas hicieron estragos y después de una merienda/cena apetecía dormir un rato en una cama de verdad.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y nos pusimos en marcha. Mérida es buen lugar para viajes de un día desde allí, a cenotes, ruinas mayas... pero viendo los precios que se manejaban en la «Riviera Maya» pensamos que lo mejor era ver Chichén Itzá y tirar para la playa, que tumbados a la sombra se gasta poco.
Y para abaratar costes decidimos recorrer la península del Yucatán haciendo «autostop«.
«Autostop«, una curiosa palabra que a saber de donde ha salido. No es en inglés, lo descubrí en Australia, se dice «hitchhiking«, en México es «ir de raid«, y para pedirlo dices: «Que onda carnalito, ¿nos das un raid a Piste?«, jeje, eso en nuestro caso, que buscábamos llegar a la ciudad donde hacer base para visitar Chichén Itzá.
No tardamos demasiado, enfocamos la carretera que salía hacia allá y enseguida nos paró un funcionario local que iba cerca por motivos de trabajo. El viaje fue interesante, nos contó bastantes curiosidades sobre la zona y su historia, provenía de una familia maya, como el 60% de la población de la península.
Para visitar Chichén Itzá nos alojamos en Piste, un pequeño pueblo a unos 2.5 km de las ruinas. Al poco de llegar nos fuimos con la intención de ir caminando y ver el espectáculo nocturno de luces y sonido que hacen cada día, va incluido al comprar la entrada para el día siguiente.
El espectáculo un poco-bastante aburrido, no merece la pena el desplazamiento aunque en nuestro caso, tanto a la ida como a la vuelta, fuimos de «raid» (usaré en adelante el término mexicano).
La noche en el pueblecito pasamos el rato y a la mañana siguiente madrugón para visitar las ruinas, otro «raid» y a primera hora estábamos corroborando la impresión que nació la noche anterior: seguro que no es para tanto.
Y no lo es. Los 10 € de entrada son excesivos comparados con los 5 de Tikal, sobre todo porque Tikal es infinitamente más espectacular, más intenso, más auténtico y desde mi punto de vista, mucho más bonito.
Pero claro, como en 2007 la nombraron como una de las Nuevas Maravillas del Mundo ahora parece que no hay más ruinas mayas.
Creo que tienen excesiva popularidad por estar enclavadas en la zona más turística de mesoamérica, pero no porque lo valgan.
¿Se nota que no me gustaron mucho?.
Y tras visitar las ruinas salios hacia Tulúm. El primer raid nos llevó al pueblo siguiente y luego enganchamos otro hasta Valladolid, nos llevó a la salida de la ciudad y nos dejó en la carretera que va a Tulúm, no tardamos demasiado en encontrar alguien que nos llevase.
Me resultó curioso que todas las veces, menos una :p , los que nos recogieron eran locales, y eso que no paran de pasar coches alquilados por turistas.
Y lo mejor, desde mi punto de vista, cuando paraba una «troca«, o «jeepeta«, que tenia caja y nos subiamos ahí sin tener que dar coba al conductor, jejeje. Nos turnabamos para ir delante uno cada vez y así no tener que hablar siempre el mismo. Lo podemos llamar trucos de «autostopista» (no se cúal es el término mexicano).
Tulúm, lo que unos años antes, según Eugenio, fue un pequeño pueblito de pescadores, se había asfaltado, urbanizado, había crecido bastante y nos tuvimos que quedar a tomar… estooo, bastante lejos de la playa para poder dormir y comer barato.
Los trayectos a la playa, como no, de «raid» y las ruinas las vimos solo de lejos.
Pasamos unos días y continuamos el camino, Playa del Carmen, la meta era Cancún, pero yo empezaba a aburrirme. Demasiado turisteo para mi, además, no parar de escuchar que todo lo verdaderamente maya es de aquella «Riviera» me terminaba cansando, sobre todo habiendo estado antes en Guatemala… eso es Maya, y no las escenificaciones para turistas del Yucatán y Quintana Roo.
Y en Playa del Carmen nos quedamos en el Urban Hostel, por aquel entonces era el hostal más barato del lugar y, seguramente, el más acogedor. Lo mejor Leo, el dueño, nos hizo pasar unos días divertidos.
No hicimos demasiado, buscar una playa que no fuese «cool«, nos dijeron que era la cuarta o así pero no llegamos a encontrarla, y pasear observando al personal.
Un día me llamaron desde el El Salvador para ver si podía ir a ayudarles con una acción para las elecciones y decidí aprovechar para huir de aquello, abandonar a Eugenio, desearle suerte en su vuelta a Italia y empezar un viaje de 34 horas seguidas para llegar a Antigua Guatemala.
Poniéndome a prueba a mi mismo. México me había gustado demasiado como para estropear su recuerdo.
Pero no salí de «raid» esta vez, el camino a Antigua lo pagué, tenia más prisa y era muy larga la distancia.
En la foto, Eugenio probando suerte. Me alegro de haber recorrido la zona de esta forma, fue la aventura necesaria para darle vidilla a este tramo del viaje.