Hoteles de trabajo y lugares donde duermo cuando viajo

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Se suele decir que «a todo se acostumbra uno» aunque al común de los mortales le pega más el «a lo bueno se acostumbra uno rápido«. El problema es que algunos no debemos ser simples mortales y lo bueno, a veces, lo subjetivizamos demasiado.

Lo bueno suele depender del momento, de lo que lo rodea, lo bueno no es bueno en si mismo si no en unas circunstancias concretas. Lo que para unos es bueno para otros puede ser regular y lo mediocre de muchos puede encantarnos a algunos.

Dicho esto, que es como si no hubiese dicho nada, debo comentar que por temas de trabajo he viajado bastante, tanto de operador de cámara, como en las distintas etapas en publicidad, el tiempo que pasé de ayudante de fotografía o el periodo que estuve de divemaster. En la mayoría de los casos cuando se trata de trabajo los hoteles a los que me han llevado suelen ser una pasada; habitaciones espectaculares con camas que son tan largas como anchas, espaciosos salones, baños gigantescos y todo lujo de detalles. Dejo algunas muestras.

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En ocasiones con salas de estar casi mejores que el salón de mi casa y todas la veces con habitaciones mejores que la mía. Por no hablar de la cama.

Son los lugares perfectos para llegar después de un largo día de trabajo, para relajarse y descansar sin hacer mucho más que disfrutar de la tranquilidad… si el aire acondicionado no suena y no te han tocado vecinos coñazos. Perfectos para dormir y descansar como un bebe una vez has sido capaz de descubrir como cojones se apagan todas las luces, se baja la persiana y se apaga la televisión (que además se enciende sola).

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Y en mi caso poco más. Porque a mi los hoteles me parecen demasiado fríos, y no lo digo por la temperatura. En estos hogares asépticos es practicamente imposible sentirse en casa, y cuando uno pasa tanto tiempo viajando a veces apetece la sensación. Es difícil conocer gente, la mayoría de los que están allí lo hacen por las mismas razones que tú (trabajo) y no por diversión, o son familias o parejas con los que es más complicado interactuar. Los empleados cambian en turnos y cada paso por la recepción es un volver a empezar en el que nadie sabe quién eres.

También tengo que decir que hay hoteles de este tipo increíbles en los que sus trabajadores y el ambiente me hicieron sentir un poco más en casa. El servicio se diferencia del resto por su calidad y por su calidez, citaría el Mandarín Oriental de Ginebra o el Botánico de Tenerife  por poner un par de ejemplos que me sorprendieron muy gratamente. Ambos tienen precios que ni de lejos me hubiese podido permitir por mi mismo y tal vez eso también me hiciese disfrutarlos, pero personalmente no sería capaz de pagar lo que vale una habitación en cualquiera de ellos y pegar ojo esa noche.

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Un capítulo aparte son los baños. Cuando estoy en ellos pienso que tampoco necesito tanto pero después de unos meses sin agua caliente por Asia y con el modelo suelo-plato de ducha todo junto, en el que puedes sentarte en la taza y darte un baño al mismo tiempo, a veces llego a soñar con aseos como los de los hoteles que comentaba. Con su yacuzzi (que nunca tengo tiempo de probar), su taza en la que puedes tirar el papel higiénico (su taza vale muchas veces), su papel higiénico (no me acostumbro al chorrito), su agua caliente, su ducha con presión, sus espejos, su kit de aseo con todo, sus albornoces (si, soy muy de albornoz)… bueno, pues esas cositas que molan pero que, al fin y al cabo, también son prescindibles.

En realidad se agradecen pero cuando llevas tiempo sin ellas te acabas olvidando, total, no hay otra.

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Pero luego me voy por mi cuenta, comienzo mis viajes y me encuentro con que lugares que no son tan… ¿buenos?, se acaban convirtiendo en verdaderos hogares. Lugares en los que te sientes cómodo, en los que no tienes nada más de lo que necesitas, en los que te tratan como si fueses de la familia y no te cobran el wi-fi.

Lugares en los que sus huéspedes llevan miles de kilómetros de viajes increíbles escritos en las suelas de sus botas y las anécdotas riegan las noches, junto a la cerveza, en conversaciones sin fin sobre aventuras reales o soñadas. Lugares en los que sus dueños llevan más kilómetros que los huéspedes y todos juntos lo cuentan a coro desde las paredes. Lugares de los que puedes leer su historia en las arrugas de las manos de los trabajadores o en las grietas de los muros de las habitaciones. Lugares en los que se puede mantener una conversación multitudinaria sin que ninguno de los presentes hable el mismo idioma o donde acercarte a la recepción para pedir una toalla puede parece una escena de Lost in translation.

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Es en esos lugares donde se siente el viaje, en habitaciones compartidas con extraños que has conocido un rato antes o con amigos que toda la vida que conociste ayer. Donde aprendes a contemplar el mundo como una aventura y donde una simple cama puede ser casa.

Esto «lugares» pueden ser de muchos tipos y condiciones. Yo, como Jonh Rambo, he dormido en lugares que harían vomitar a una cabra, en lugares donde parecía que ya había vomitado, en lugares buenos y en otros algo menos. Las habitaciones nunca son iguales pero muchas lo parecen. A veces son normalitas, como en la foto de arriba, en las que pago lo mismo yo solo que 2 personas (el mundo no está preparado para viajeros en solitario) y puedo «desparramar» todo a mi antojo sin preocuparme de nada. La media por algo así con baño propio es de entre 2 y 9 euros, dependiendo del país, para la mayoría de Asia y América Latina.

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Otras veces son una simple cama, en este caso 2 (foto de arriba), y nada más. Por suerte accedieron a darnos unas mantas porque en Xela (las tierras altas de Guatemala) por las noches hacía un frío del carajo. En la foto con Jonnathan, nos reencontramos un par de días antes después de habernos conocido hacía 2 meses en Costa Rica.

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He dormido en lugares que no tenían practicamente ni paredes y donde para hacer «sus necesidades» no había más que asomarse por la «no ventana» y soltar la mercancía al río.
La foto (arriba) es de la casa donde nos quedamos en una comunidad cercana a Iquitos, en pleno Amazonas peruano.

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Viajando he dormido innumerables veces en sitios tan básicos como un refugio de montaña, donde lo máximo que puedes encontrar es unas maderas donde tirarte a dormir dentro de tu saco. La foto de arriba es el refugio donde pasamos la última noche en la ascensión a Huayna Postosí en Bolivia, está a 5.500 metros de altura.
El refugio de abajo está más cerca y no tan alto pero justo al lado de la cima de la península: el Mulhacén (Granada).

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Algunos de esos lugares en los que he dormido en los viajes llegan a tener una extraña mezcla de precariedad y lujos. La foto de abajo es el «campamento gitano» que nos dejaron montar en mitad de un resort en El Nido (Filipinas). Dormíamos en tiendas de campaña, sin baño (¡el océano!), pero por las noches nos ponían mesas de madera, bancos, antorchas para iluminar y nos llevaban la cena a la «habitación«.

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Otras veces los lugares surgen improvisados, como en el Monasterio de Thamanyat en Myanmar (foto de abajo), donde nos invitaron a quedarnos con los monjes para pasar la noche. Uno es un tío preparado y me monté un hogar con la mosquitera, un aislante auto-inflable, la hamaca, la mochila y un armario 😀 .

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O la casa de Atallah en el desierto de Wadi-Rum (Jordania), unas alfombras y un pequeño colchón para dormir bajo uno de los cielos estrellados más bonitos que he visto en mi vida.

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En el el bar donde trabajaba Ya en Savannakhet no había ni ese pequeño colchón, solo las alfombras. Mi primera noche entre 3 laosianos… curiosamente también la última.

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En Filipinas el Tanduay es el que hace improvisar los «lugares» para dormir. De esta guisa me encontró Vane en El Nido una mañana y yo convencido de que alguien me debió de sacar de la tienda y llevarme a unos 400 metros del lugar donde debería haber dormido. ¿Ha colado? :/ .

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Los transportes se llegan a transformar en hogares ambulantes. He realizado viajes de más de 30 horas en autobús y casi nunca son buses como los del Open Bus de Vietnam (foto de arriba), los nocturnos son una pasada, parecen asientos de avión de primera. En Tailandia, Argentina, Chile o Perú también he visto está calidad en los transportes por tierra pero suele encarecer bastante el viaje, el Vietnam lo curioso es que era más barato viajar así que en transporte público normal.

El tren es el medio de transporte en el que es más fácil sentirse cómodo, no hay tantas normas absurdas como en los aviones, más espacio que en los buses y no conduces ni tienes que gastar energía. He dormido en todo tipo de trenes y en casi todas sus clases; en el infierno que es pasar una noche en un asiento duro en China, en las maravillosas literas de los trenes Tailandeses (foto de abajo), en asientos super cómodos de trenes europeos modernos y silenciosos o en los vagones de metro más apestosos de México DF (fue solo un momento que me quedé frito). Y sin duda me quedo con el tren como medio de transporte en el que dormir.

Relativo a medios de transportes he dormido en infinidad de aeropuertos y estaciones de todo tipo, normalmente suelo montarme algo como lo del Monasterio de Thamanyat pero en versión reducida para que los «seguratas» no me echen.

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Y luego está el hogar autónomo que siempre va conmigo: la hamaca. Es una de mis más fieles compañeras de viaje y he dormido sobre ella en más lugares de los que podría recordar. Ayuda a abaratar costes, en muchos lugares de América Latina tienen sitios para que pongas tu hamaca y cobrarte menos y en los que no lo tienen del resto del mundo siempre se lo puedes proponer.

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He puesto la hamaca en terrazas de gente, en mitad de ningún lado, en bares, en restaurantes, en playas de ensueño y de todos los ejemplos de lugares donde he dormido que aparecen en este post casi siempre es el que tiene las vistas más bonitas al despertar.

Y digo casi siempre porque está claro que hay días que te puedes despertar con vistas aún más bonitas y la hamaca no es del todo cómoda como para que una cosa no quite la otra. O viceversa.

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Pero que tampoco hay que elegir, mejor pensar que hay tiempo para todo… y que a todo se acostumbra uno. ¿No?.

Dejémoslo en que a lo bueno se acostumbra uno rápido 😉 .

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