Partí de Nebaj con destino México, San Cristobal de las Casas. Me fui de aquel icono con la B en medio de ninguna parte, ese lugar del que google tampoco sabe salir, y dice: «No se pueden calcular rutas entre San Cristóbal de Las Casas, CHIS, México y Nebaj, Guatemala.»
¿Esto lo he vivido ya?… ah, si, fue intentando llegar.
El camino nadie dijo que fuese a ser fácil. Me levanté temprano y llegué a Huehuetenango en la mañana, almorcé y agarré otro bus (chicken bus) hacia la frontera Guate, el pueblo La Mesilla (2 horas de viaje unos 2 $). Los chicken bus son autobuses escolares estadounidenses reciclados en autobuses de pasajeros. Donde caben 2 caben 3 es la máxima en ese tipo de transportes e incluso, a veces, caben 4 o 5. Aproveché el viaje para reflexionar sobre mi estancia en Guate mientras contemplaba los espectaculares paisajes que daban entrada a la Selva Lacandona chiapaneca.
De La Mesilla fui andando hasta el paso aduanero guatemalteco, hice los papeles y agarré un taxi «colectivo» hasta el paso mexicano, Ciudad Cuauhtémoc… sin que me robase ningún Amish ni nada.
Este paso fronterizo es de los más sórdidos que he encontrado en centro américa, se nota viciado el ambiente, la gente mira raro y no encuentras demasiados viajeros cruzando por su cuenta, hay viajes que te cruzan de Huehue a San Cristobal de un tirón y de forma fácil… gastas más o menos el doble que por tu cuenta y además, a mi me encanta eso de entrar a cada país por mi cuenta, ver las nuevas caras, sentir los nuevos intentos de timo, jejej… vamos, lo que tienen las fronteras, esos «no lugares«, esos puntos con que la geografía antropocentrista divide el mundo en función al hombre… digo en función a según que hombre y cuanto dinero tenga, claro.
La impresión que me dio este paso fronterizo quedó en nada cuando volví a realizarlo a la vuelta cruzando a eso de las 9 de la noche, os aseguro que gana mucho… en sordidez, por supuesto. Pero esa historia ya llegará.
Y una vez superado el paso mexicano y sellado el pasaporte aún faltaban otras 4 horas de bus hasta San Cristobal de las Casas, en plena Selva Lacandona, territorio zapatista, donde me esperaban mis colegas, los artesanos que conocí en Panajachel.
Tenia ganas de llegar a San Cristobal, el lugar donde comenzó la revolución zapatista del EZLN, ese lugar «mitificadamente utópico» donde «los que son el color de la tierra» se autogobiernan y gobiernan para el resto, para los que nada tienen, al grito de: «¡para todos todo, para nosotros nada!«.
Ese pueblo donde un primero de Enero de 1994 un grupo de indígenas organizados decidieron «molestar» al status quo establecido, eso si, con respeto. Cuando el grupo de hombres armados y con pasamontañas tomaron el pueblo, la gente, los turistas y la prensa se asustaron, muchos intentaron salir, alegaban que perderían sus vuelos, sus trabajos, que no tenían ropa para el resto de los días… entonces Marcos, el eterno Subcomandante, sin hacer referencia a que lo que ellos se estaban jugando eras sus vidas, se disculpó diciendo: «…perdonen las molestias… pero esto es una REVOLUCIÓN«.
Se puede ser revolucionario y educado, no cabe duda.