«Esta es la última imagen que veo cada noche antes de acostarme«. Ishalla (ójala) pudiese decir eso siempre. Solo unos pocos afortunados tienen este impresionante regalo entregándose cada noche. Atallah es uno de ellos. Su casa se encuentra en mitad del desierto del Wadi Rum y lleva 38 años contemplado esta maravillosa estampa de forma «rutinaria«. Es beduino y en su cultura hay una estrecha relación con el desierto, son totalmente conscientes de todo lo que entrega y saben aprovecharlo. Disfrutan cada vez como si fuese la primera y estando con ellos llegas a dudar de si lo han visto antes por la emoción que desprenden. Lo mismo un cielo completamente estrellado que un atardecer/amanecer y los impresionantes rojos que produce.
Yo he tenido la suerte de caer en su casa, de conocer su hospitalidad desde dentro. Me aloja en ella, con su familia, y cuando me dijo si prefería dormir en una tienda beduina que tiene o fuera bajo las estrellas no lo dudé un momento. La decisión es la culpable de que dormir, lo que se dice dormir, no lo esté haciendo mucho.
Ayer me pasé horas mirando y fotografiando lo que tenía sobre mi. Israa me dijo en Amman que intentase tocar las estrellas y creo que si me pongo de puntillas y estiro mucho el brazo puedo llegar a hacerlo. Cuando le dije a Quirós que todas las maravillas que estoy viendo en Wadi Rum las estoy guardando 2 veces, en la cámara y en mi cerebro, me dijo que hiciese una copia de seguridad (por si lo olvidaba algún día :p), tiene razón, le estoy haciendo caso y estoy guardando esa copia de seguridad en el corazón.
Estoy contento con las fotos pero creo que ni de lejos llegan a mostrar lo que veo en realidad. Y aunque lo hiciesen sería imposible mostrar lo que siento cada vez que miro para arriba. Supongo que se junta todo, la hospitalidad de Atallah y su familia, del resto de beduinos, los atardeceres, la energía del desierto…
Soy poco «tendente a la mística«, pero esta vez siento que estoy en un lugar especial, que tiene algo más de lo que mis sentidos pueden recibir, mucho más de lo que puedo ver, un silencio mayor que el que puedo escuchar, un olor más profundo que la hierbabuena que brota en los manantiales, un sabor mejor que el del té de salvia y cardamomo, un tacto más suave que el de la arena de las dunas, pero no logro saber que es. Tal vez me haga falta un sexto sentido, como el que deben tener los beduinos, el que les permite disfrutar de todo esto cada día como si fuese la primera vez.
Para mi una persona humilde y hospitalaria que posee un tesoro es más rica que cualquiera con mucho dinero. Atallah es un millonario capaz de compartir su riqueza con los demás sin que su fortuna disminuya, a ver cuantos pueden decir eso.
Si yo fuese rico me gustaría serlo como él, aunque durante los últimos dos días creo que he llegado a saber lo que se siente… y mi cartera sigue vacía.