El segundo día según «la ruta Ernes» consistía en hacer: «petra por las alturas«. Sus recomendaciones eran «ir al Tesoro a las 6 am para poder verlo sin gente y luego subir al altar de los sacrificios y la zona de las terrazas de las tumbas«. En esta ruta Ernes también me recomendaba las tumbas reales y las vistas desde esa zona.
Pero el día antes me encapriché con ver el Tesoro desde arriba, estuve preguntado a los beduinos y me dijeron una ruta que hizo cambiar mis planes. Al final prescindí del madrugón y lo que intenté fue llegar a la entrada a eso de las 8 para tener tiempo de estar sobre las 10 am en algún lugar donde pudiese ver el Tesoro desde arriba. Las 10am es, más o menos, la hora en la que el sol ilumina casi por completo esta maravilla tallada en la roca.
Por mucho que me mentalicé de pasar el Siq lo más rápido posible y no parar delante del Khazné, fue una labor imposible no detenerme a tomar un par de fotos, y eso implica al menos 20 minutos de observación. El poder de atracción de este monumento llega a resultar irresistible, es como si algún tipo de energía hipnótica recorriese la zona desde la salida del Siq hasta que pierdes de vista el Tesoro. Los 200 metros que más me ha costado recorrer en la historia de mis viajes.
Al final tuve que ponerme unos tapones para dejar de escuchar los «cantos de sirena» que salen de sus columnas y entre pregunta y pregunta, prueba y error, conseguí encontrar el Tesoro. La historia la medio conté en el blog y la desarrollaré dentro de un par de post cuando os cuente mis experiencias con los beduinos en esta ciudad de piedra.
Pasé un buen rato disfrutando con las vistas y las conversaciones con Alí Mohamed y empecé a bajar. El recorrido no es bonito hasta que llegas a la zona de las tumbas reales. Allí reaparece la belleza, hay decenas de cuevas y puntos privilegiados desde los que observar el anfiteatro y otras construcciones de la ladera que hay justo enfrente.
Cuando ya casi me había recuperado de la subida para ver el Tesoro comencé otra subida hasta el Altar de los Sacrificios. Desde que empiezan las escaleras hasta la parte más alta es un paseo de cerca de una hora que merece absolutamente la pena. Además de las construcciones y los obeliscos, de los altares para las ofrendas y las cisternas excavadas lo que me sobrecogió especialmente fueron las vistas desde este lugar.
La piedra que rodea la piedra. Un desierto rocoso y estéril rodea uno de los lugares más bellos que he visto nunca, tal vez sea una más de las razones que dotan a Petra de esta belleza, que la engrandecen aún más. Supongo que es la mezcla de un todo lo que hace de Petra algo único.
El Altar de los sacrificios fue el lugar donde comí y donde aproveché para reflexionar sobre lo que estaba contemplando. Intenté procesar toda la información y los sentimientos para expresar mis sensaciones en papel. No fui capaz. Como siento que no lo soy ahora escribiendo este post.
Lo que allí viví queda para mi, estos post sobre Petra son solo un amago de lo que de verdad tengo dentro. Pero es que describir aquello es practicamente imposible. Como intentar describir porqué a la salida volví a parar en el Tesoro una vez más.
¿Fue para despedirme?, ¿para disfrutar de su visión por última vez?, ¿para sentir como el corazón se encoge ante la belleza del arte?, ¿para capturar un nuevo recuerdo con la cámara?. Quién sabe.
Lo único que sé es que estaba viviendo mi aventura de «Las mil y una noches» en Oriente. Con la media luna iluminando el camino solo me faltó, como bien me dijo Israa: «una bailarina de la danza del vientre bailando en la tienda«.
Yo le añadiría una lámpara mágica con un genio al que poder pedir 3 deseos y, ya que nos ponemos, haberme encontrado la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones. Aunque la cueva de los ladrones igual me queda más cerca ahora que he vuelto a madrid, un día me paso a ver si se abren las puertas al grito de: «¡Ábrete, Sésamo!».
La foto es desde el Valentine Inn en Wadi Musa. La noche antes de volver a Amán.