La primera vez que visité el Doi Suthep quedó grabado en mi memoria para siempre, como casi todo aquel viaje. Fue en 2006. Mi primera visita al sudeste asiático me sobrecogió, por culpa de ese viaje decidí aventurarme a dar la vuelta al mundo 2 años más tarde y 6 años después son 8 los meses que llevo ya viajando por Asia.
Tal vez mi memoria ha ido dando más importancia de la que debería a este templo y fue Chiang Mai en su conjunto lo que me enamoró. La religiosidad y el espíritu de la ciudad provocan que la subida a la colina sobre la que reposa este Wat sea una experiencia un tanto mística.
Pero mi mejor recuerdo de hace 6 años fue bajando, cuando paramos en un templo/escuela (Wat Sry Soda) en mitad de ninguna parte y decidieron invitarnos a una clase de ingles y a conocer como es, a grandes rasgos, la vida en aquel lugar. Supongo que se juntó todo, mi primer contacto con monjes y novicios, mi curiosidad respecto al budismo, su curiosidad con respecto a los occidentales, yo estaba empezando con Asia y aún no tenía “templitis”, eramos los únicos extranjeros en aquel lugar… las conversaciones fueron tan intensas y didácticas como divertidas y resolví una gran parte de las incógnitas que para mi rodeaban su forma de vida (el budismo).
Seis años más tarde volvía a Chiang Mai y este era uno de los lugares obligatorios para visitar. Había llegado con Roberto desde Koh Chang, el Songkram estaba a punto de comenzar y teníamos un día para visitar el Doi Suthep… o eso pensábamos nosotros.
Como yo quería volver al templo/escuela decidimos que la forma más cómoda e independiente de ir era alquilando una moto. Fueron 200 B con seguro (150 sin él).
El Phra That Doi Suthep se encuentra a 13 km de la ciudad en la colina con el mismo nombre (Doi Suthep) y a 1676 metros de altura. El emplazamiento es este porque según cuenta la leyenda (una de ellas) hace casi 800 años uno de los reyes de Siam colocó una reliquia budista sobre un elefante blanco y el templo se construiría donde se parase el animal. Este fue el lugar elegido por el paquidermo; lo alto de la colina.
Una vez allí aún hay que subir los 306 escalones bordeados por las colas de 2 dragones Lanna y dan paso a una terraza abierta al rededor de la estupa principal. Las vistas desde aquí son preciosas y en un día despejado puedes llegar a ver todo Chiang Mai.
Dentro la cantidad de reliquias y la calidad de las mismas es abrumadora. Es uno de los templos de peregrinación para muchos budistas y se nota. A pesar de la afluencia de turistas occidentales, el número de asiaticos siempre es mayor.
Esta segunda visita me encantó también pero si tengo que compararla con mi vuelta a la Shwedagon Paya de Yangon, por ejemplo, quedaría como una segunda parte “sin pena ni gloria”. Son muchos los factores que debieron influir, en 6 años todo cambia, era casi “Año nuevo” y el ambiente era más festivo que religioso, incluso para mi, yo no estaba tan receptivo a la mística del lugar como la vez anterior.
Eso no quita que pasásemos cerca de 2 horas caminando por su interior e intentando mimetizarnos con él para lograr sentir la paz que emana el lugar.
Antes de volver a la ciudad decidimos continuar la carretera para ver que sorpresas podía depararnos aquella colina. Como no llevábamos la Lonelyplanet de Tailandia no sabíamos que pasado el templo hay un palacio, algo más allá una aldea Hmong adaptada a los turistas con su mercado de artesanías y souvenirs, y poco más. Eso si, todo ello enclavado en un bosque húmedo y nublado en el que parece que has salido de los trópicos.
El camino en si mereció la pena y a la bajada decidimos volver a buscar el Wat Sry Soda. Lo encontré, pero la cercanía al Songkram hizo que muchos de los monjes y novicios estuvieran en periodo vacacional, pasando estas fechas con la familia o en templos de la zona.
A veces parece absurdo intentar revivir los recuerdos, aunque el sabor agridulce de no poder volver a repetir aquellos momentos desapareció como “borrado por el agua” en el mismo momento que entramos a la ciudad. El Songkram se había adelantado y Chiang Mai estaba lista para reemplazar mis viejos recuerdos por otros distintos y de tan alto nivel. Me regaló uno de los mejores “años nuevos” que nunca he vivido.
Hay un libro de Ray Loriga que se titula “Tokyo ya no nos quiere”, lo leí en China al principio de la vuelta al mundo y lo recordé hace un par de días no se porqué. Ahora me viene a la mente parafrasear el título para acabar este post. Tras la semana que pasé allí 6 años más tarde y a pesar de todo, estoy bastante convencido de que… “Chiang Mai todavía me quiere”… y yo a ella.